sábado, 26 de marzo de 2011

EL ÁCIDO DE LA IRA Relatos 1966 – 2003 Antología
Ediciones Nobuko Buenos Aires 2003

Uno de pocos
En el intrincado calidoscopio que es una mente conspirando asesinar Denigración, está sumergido desde hace tiempo. Ambula un complejo páramo de agudas estalagmitas persuadido de Belleza, pero ciertamente, sólo gotean sadismo

e injusticia y las taras circundantes, elevan el nivel de Caos.
Una retórica desquiciada y circulante, que recurre a discursos de esquizofrénica doble lógica, que emerge en atrocidades sin quicio, en cáusticas palabras, en cuchilladas, muestran canalladas transhistóricas. Y estábamos mejor cuando ningún Galerudo no hacía nada: la inercia política era paliativo en Entropía nacional, viviendo culebrones tupidos.
Se enclaustró en retiro intransigente para no compartir la inmundicia. Esto, no lo deseaba para nadie, consecuente con Respeto a Condición Humana, al hombre. Antes, había caminado impulsado según la velocidad del viento, marcando el paso junto a víboras, Odio de sus corpiños. Hoy, Resolución Purificadora, se percata

de la magnitud Falsía y la antigüedad de Persistencia.
Está de vuelta, arrinconado, pero con Paz e Higiene.
Está alerta, con criterio planetario comprometido con Lucha. Es vital y enardecido

en la fulgurante ruta de Fuego de Vivir. Aprendió: para acercarse a Fraternidad hay que alejarse de numerosos hombres porque "el mundo es y será una porquería,
en el seiscientos diez y en el dos mil también".
Un tábano lo despierta y simultáneamente lo vacuna.
A pesar de los vicios retardatarios y opulentos, siempre vuelve a Mundo. Es su ciudad global, la querida empañada por siniestros individuos de oropeles fatuos o iluminada por escasos espíritus. Las aspiraciones reventonas de Mundo son como

el traste gigantesco de una hembra colosal.
Más en pequeño, desde un ángulo limitado, veamos la ciudad de él.
Estupenda, rinde culto a Maravillosa Abulia estratificada, produce excelente cebo burocrático que, por estricta protección a Industria Nacional, impiden exportar.
La han convertido en ciudad que tamiza y disuelve sangre de todos los que hocican las calles de sus baches, en los museos oasis, en hoteles alojamiento; con curdas, jugadores y proxenetas, que en drogadas horas nocturnas de prolijas labores, acarician niños y maníes. Facultades que aún enseñan. Vacas tragadas por toneladas. Coimas y su valor agregado, Salud en Pastillas. Talleres creativos

y de los otros: el desamparo de hospitales.
Pero, no os preocupéis es nuestra ciudad querida, donde todavía se acuna que

la mujer es artículo de consumo con muchos deberes y pocos derechos. Donde nosotros, indolentes apoltronados, todavía sin programa colectivo, --“total hubo tantos!”... Por eso el asado no encandila, lo que importa e inspira es masticar vino. ¡Cualquier cosa, menos pensar!
No le valió de nada lapidarse con hechos positivos. La inteligencia no interesa. De ninguna conciencia iracunda y creadora valdría acordase cuando fuera colchón de pulpa en hoyo agusanado. No le sirvió de nada construir.
Él no clama lisonja, no es esponja de absorber Soborno. No le sirvió de nada, nadie perdonó su honestidad, a ninguno convenía.
Quedó consagrado como creador glorioso de Alfabeto sin Nombre, de Amor destrozado y boca espumosa de escaviar bronca. Se parecía a soldado de Paz aullando balas. ¿Soñamos alguna vez ese éxtasis de corrupción, de fracasos colectivos, o es auténtico... real?
Al parecer no es onírico, pero escondemos vigilias y nos esmeramos en desconocer Realidad para que el rostro desconocido de Decencia no haga estragos en conciencias dormidas.
Sin embargo, Luz se hace de ideales, Gloria de caídas y Amor de Tolerancia

y Participación.
Así, incrustados en amaneceres comunitarios recorremos el día llenos de visitas, (casi nunca de amigos) y en el atardecer desposamos la carne fatigada con imágenes de televisión indiferente compuesta de bárbaros conceptos.
En ese círculo-noria, deshilachamos rutinas plenas en existencia de inquilinos, parcas en coraje de propietarios.

Esperanza
En la edad párvula, cuando el que más o el que menos tiene su masturbación reglamentada, sus fasos a escondidas, sus tímidas menstruaciones o la elección

de corpiñitos adecuados; en esa edad en que cada uno sueña con su hembrita propia y cada una con su machito dominguero, estaban algunos de los pibes
de mi barrio.
A la tardecita, cuando la escuela había sido olvidada, sacaban a pasear ellos su

jopo engominado o la pretenciosa remera y ellas el engrupimiento pavo del rouge que acompañaba al culito meneado con toda intención. Salían con sus long play nuevaoleros para intercambiar. Era una jauría prepotentemente libre y por completo ajena a cualquier responsabilidad o preocupación que no fuera divertirse. Invadían las casas de discos y ocupando las cabinas con despótico sentido de propiedad, dejaban transcurrir la tarde entre discos y bobadas.

La exquisita
No sé si crece, no lo percibo. Todos los días le canto a sus pétalos y es un riego para ellos. Recibe el amor con tal avidez que en sus contorsiones, cual danza fantástica, me trasmite afecto. Es pálida, blanquecina, con dos manchitas azules

y en los bordes, como cadenitas de espuma, exhibe vanidosa rayitas naranjas de esplendor mítico. Esmera sus goces por halagarme, pues saluda mi llegada con un batir delicadísimo de sus antenas revestidas de brillos casi microscópicos rociando
la habitación con esplendente belleza, sublime, sagrada, como ex-traída de una sempiterna musicalidad diamantina de eurítmia impar. No oso siquiera respirar
en su presencia pues imagino que mi aliento puede empañarla y sólo me atrevo,
con infinitas precauciones, que mis ojos miren el cristal de su sonrisa angelical y allí, quedar suspendido en Éxtasis hasta que su negro magnífico aguijón los perfore uno a uno, hasta la ceguera absoluta, en el viscoso silencio de la noche, únicamente interrumpido por el inmenso aullar de lobos devorando gargantas.

Éxtasis
No pudo sacar la nariz de filosas uñas de mandarín que se clavaban en su cuello.

La congestión azulada de sus bigotes pegoteados indicaban el calambre del dedo gordo de su pie derecho. El vientre lanoso de ella le aplastaba los ojos
enceguecidos por el olor a digestión acelerada: no pudo zafar y el hueco se lo tragó. Empequeñeció instantáneamente retornó al lugar donde alguna vez fue gestado.
Una lluvia de maldiciones le castigó las lágrimas cuando ella aulló de placer,
el orgasmo corrió por su egoísmo y se estrelló contra el cielorraso. Disuelto,
en el color anodino del tiempo, no obtuvo perdón y nadie saludó las ovejas.

El circo-zoo para el mérito de Gula
“Gracias a paternales leyes que vigilan y asisten la vejez de nuestro pueblo,

ya estoy jubilado. Mi oficio, enfermero, fue uno de los pocos empleos nobles
en aquellos años de hambruna y miseria espantosa que asolaron por décadas mi país. Voy a rememorar para ustedes uno de los tantos días de mi labor de lustros. Recuerdo, como si lo estuviera viendo, aquellos magníficos concursos que agrupaban lo más selecto de nuestra sociedad patricia: Galerudos y Botones Dorados. Verán ustedes... Recuerdo... “allá lejos y hace tiempo” que durante el entretejido repertorio de bocas masticadoras y bufidos asmáticos, las obscenidades mutuas no interrumpían a los comensales de la competencia comunal mensual que continuaban su apresurado y automático deglutir. Recién comenzado el concurso todos pujaban por demostrar quien volteaba más rápido su lechón. La bebida era escanciada por mangueras desde toneles aéreos. La interrupción gramatical desagradable provino de un miembro de la distinguida reunión que, en un hermoso atracón de pocos minutos, logró realizar la loable hazaña de manducarse el cerdo. Más, en un gesto incomprensible, de elemental solidaridad, nadie lo felicitó. Por eso vomitó (metafóricamente hablando) en el caldeado ambiente humeante, sudoroso
y oloroso, su justificada protesta. Pronto se percató de que no era escuchado así que, con ojos relampagueantes y la baba resbalándole por el mentón se concentró varios segundos, con refinado esmero de estudioso erudito, en el nuevo plato que
le habían presentado los camareros: un enorme pavo. Después de algunas fintas
y movimientos estratégicos preliminares, comenzó a atacarlo con encarnizado ahínco. Como ustedes imaginarán el insigne salón, en esos momentos, era un soberbio pandemonium masticatorio y gesticulante. Las elegantes mandíbulas aceleradas al máximo, el ruido de los dientes entrechocados chirriaban como
sables ofuscados, las muelas aplastaban carne cual incansables pisones y los apresurados jadeos respiratorios, las higiénicas chupadas de manos eran algunos
de los ritos monologados por los concursantes. Por su parte los sirvientes, desplegaban gran cantidad de servilletas, continuamente renovadas, colocándolas sobre los respectivos pechos y retirando las sucias. Para aderezar el concierto,
una gran fanfarria de cubiertos, fuentes y vasos entrechocados mezclados con
las corridas de los camareros y los robustos eructos algo disonantes, que desplazaban una espesa nube cargada de acidez estomacal.
¡Era una bella jauría, desaforada y voraz! Daba placer contemplar tal parafernalia, dentro de mi máscara con oxígeno, como poco a poco, estos hermosos ejemplares de nuestra especie, esos encantadores seres humanos que poseen el don de la gastronomía, se iban deslizando de sus asientos hasta desplomar su vasta mole en el encharcado piso lleno de sobras. Boqueaban como peces recién atrapados, sudando e hipando y se dejaban estar laxos y dóciles, entre pequeños vómitos que provocaban los eructos. Mi compañero y yo, concentrados y atentos, esperábamos que esto ocurriera. Entonces, nuestra labor comenzaba. Con mis compañeros enfermeros nos concentrábamos de a dos con cada concursante y utilizábamos todos los medios a nuestro alcance, científicos, técnicos y manuales, para reacondicionarlos. A veces, costaba bastante hacerlos reaccionar. Los sentábamos, elevándolos por medio de una polea corrediza que colgaba del techo, y los acomodábamos en sus asientos. Hacíamos todo lo humanamente posible para que continuaran en concurso. Cuando un participante se desplomaba dos o tres veces, era imposible que con recursos comunes se restableciera, entonces, se optaba por un expeditivo y previsto sistema. Se le desabrochaban las prendas y, por medio

de un ingenioso mecanismo, un cierre de cremallera colocado en el vientre, procedíamos a vaciar el estómago. (El proceso digestivo es muy lento y atentaba contra el concurso.) Estábamos muy prácticos y lo hacíamos muy rápido,
conscientes de que el triunfo del participante dependía de nuestra premura. Era como cambiarle una rueda a un coche en carrera y, permítaseme la expresión, colocamos de esta manera, al audaz e intrépido corredor, nuevamente en carrera. Obligatoriamente participaban en equipos de dos y los certámenes duraban quince días. Ganaba, el que había comido más rápido que, como es lógico, poseía más bolsas de comida. Voy a explicarme mejor. Una vez extraído lo comido,
se lo colocaba en higiénicas bolsas de nilon transparente con el correspondiente rótulo de cada participante y se lo guardaba en heladeras con grandes vidrieras
para que el público pudiera cerciorarse, día a día, como se clasificaba su preferido pues, seguramente, le había apostado una fuerte suma. Debo aclarar que esta
clase de apuestas estaban oficializadas. También, se me ocurre que ustedes,
los extranjeros que me escuchan, no están acostumbrados a este tipo de
certámenes pero, si piensan que pueden gustar de ellos como competidores
o simplemente como apostadores, desde ya tengo el honor de invitarlos
a dar un paseíto por nuestro país. Les agradezco la deferencia de haberme sintonizado.
Un humilde enfermero los saluda. Muchas gracias por su atención.”