lunes, 23 de mayo de 2011

La nena obediente o pedagogía porteña
Yo te lo parlo nena, vono sabé un carajo. Las pilcha hay que usarla del lado caliente pa que no te jodan la matufias de lo farabute que te quieren montar. Campaneá primero la guitarra y despué el punto. Yo sé lo que te digo nena, hacele caso a papito que te juna bien. Mirá, si un fulano te amura embalao eseñal de que le tené que fajar una cuanta luca más y si te chamuya despacio, te está calentando la pava pa tomar mate de arriba. Tené que avivarte dentrada porque sino te vasapiolar cuando ya esté toda sobada y sinún mango. Usá la regla pa espantarte lo grones sin guita y camuflala con lo yonis cuando le refregé el bulto con el culito. Tené siempre a mano un dotor amigo de tusencantos así te salva si la papas queman y al salir de noche fichá lo cana yescurrile la trucha. Pintate lindo, convencete de tu veinte abrile eterno y zarandealo al caminar quel sonajero no se rompe y da vento a montone. Andá nomá, que tené el porvenir en la fachada y no hay gloria mayor que una cuantas galopada toda las noche. Andá, rajá y traeme lo mangos de la yirada que yo te lo voy a cuidar y acordate que si te me retobá, te desnuco miamor.

La nena vacía o estrellita apagada
Vos no sabés Marilú lo que cuesta silenciar las angustias del recuerdo. Es un esfuerzo que casi nunca da resultado. En la esquina del dolor, cuando toda la calle siguiente a tu esperanza sangra la defraudación de comprobar nuestra ineptitud para construir andamios; en este solitario corazón rebelde que llevamos sujeto a las penas diarias, caprichosas y gordas; en ese confort insulso, ajado y saturado por una atmósfera de inutilidad; aquí, revolcándonos sobre nuestros yerros y coitos que se apoyan en ideales y deseos subalternos, sobre espirales de alcohol, bajo trampas de sonrientes esfinges; de aquí Marilú, entre esta niebla de sudores agriados por túnicas de mentiras y pompas de jabón con cuello duro, saldré aturdido y tambaleante para tratar de tropezar con mi decencia. No será un acto consciente, sino el último y abúlico esfuerzo que a un trapo de fregar le queda en el caldo espeso de su mugre. Vos sabés que mi esperanza está próxima. Un gran agujero, significativo como un cáncer, se vanagloria en el centro de mi dolor. Es un agujero de bordes deshilachados, con manchas de sangre de varias épocas, con un gran silencio en medio de su vacío. Marilú, yo sé que no podés entenderme, el maquillaje que cubre tu alma y tu cerebro de bizcochuelo fino te lo impide. Yo sé que dejé muchas cosas queridas entre la penumbra de tus cabellos, sé que en el extremo de tu olvido estaré siempre durmiendo con tu estupidez, sé que seré un montón de agua pacífica que vuelve a su cauce natural después del huracán devastador de vida y cuando comience el perdón de mi amor defraudado, vos serás una estrellita de centésima magnitud. Sólo eso, una estrellita helada que no supo almacenar comprensión porque sus días estuvieron enfermos, una estrellita helada que a ningún astrónomo le interesa ya porque han comprobado que hace siglos se apagó y su luz es nada más que una tardía huella mentirosa que pronto desaparecerá.

La nena espiritual o Karla, la pechuga terciopelo
Con un poco de buena voluntad se parecía bastante a una mujer. Su prostitución era la intransigencia pueril por nimiedades. Alquilaba a la toilette ojos grandes y acolchados con delicados matices, pero cuando yo la conocí, adherida a las bellosidades de su ombligo, todavía no había revolcado las crines entre los yuyos de sus veleidades. No siempre calentaba la sopa de sus secreciones, a veces, la tomaba con afán nunca re-novado después de los latigazos. Fue cínica, porque se
empecinaba en no interesarse como era, y rumiaba y rumiaba babeando madejas de escapismos color irresponsabilidad. Sus ojos llegaron a parecer cariñosos de tanto odiar y a las arbitrariedades las transportaba del cerebro a sus enbaldosados labios que sonreían con gusto a limón y su lengua, como acuática tortuga, se esparcía por las más intrincadas e íntimas vecindades. Karla fue la desilusión de muchos toros: ninguno pudo lograr que entrara en razón. --¡Tábano de mi alma, como jodés!-- se lamentaba en los exquisitos momentos menstruales en los cuales era una verdadera creadora de sutilezas. Desde que nació, coqueteó con su rabo tostado y sus orejas fisgonas de cualquier sadismo. En sus soledades de hiel, pastaba una hembra atrapada en la grupa de planes perversos.
Cuando los armarios fueron despojados de sombreros y alcachofas era ya imposible vivir con tantos forúnculos y la espiga que le perforó el tímpano sólo le sirvió de laxante. Karla vendió su alma, dedicó su vida a la obstrucción intestinal, pero ni los parásitos la visitaron ni la pasaron los filtros. Se entregó a la tierra, húmeda de lombrices, que no pide boleto para entrar y por eso hoy lloran los altares del huano el vacío que dejó.

La nena enferma o Verena, gatita con tendencia al amor
Pues así de sencillo, ella produjo el desconcierto en la cobarde imaginación de los que tienen las ansias desplumadas y desplazan sus gozadas negaciones. Fue, en los subdesarrollados testículos donde almacenó sus cánticos de sirena afónica. Ella siempre pensó que el menor peligro estaba radicado en la ignorancia, por eso refregó tantos hombres analfabetos sobre su público vientre. Aguó esperanzas de paradisíacas caricias, satisfechas dentro de pautas parecidas al amor, plenitudes de dulzura más escapismos decrépitos en posición de súplica. Revolcó la abertura de sus piernas con una fábrica de ídolos transitorios y dejóse conducir por sensaciones laxas cuando orinaba, lo cual tenía pleno derecho. No intentó conocer lo que está más allá del deseo y sobre las costras de semen de sus colchones se cruzaban erecciones y lujurias siempre usadas, nunca sentidas, admitidas fantasías completamente falsas de ese universo soso, carcomido y amueblado por instintos primarios. Los castillos podían ser de aire, por eso logró habitarlos, pero sus tinieblas eran de espuma de amor rezagado y lo salvaje junto a los castillos se mezcló con música disonante, entonces todos los castillos se derrumbaron aplastando sus artes amatorias. Así la digestión fue completa. A las ciénagas las comió transparentes y los días vaginales, cuando las penas eran pegajosas como chicle de mocos, crujían disueltos sobre escarcha con aspecto de luna eclipsada, dentro de crisoles de miedo. La potencialidad criminal que todos acariciamos, ella la satisfacía entre canarios célibes y langostas vagabundas y cabalgando vientos volcaba el torrente de sangre color puchero sobre espejismos miopes. Acuciada por sombras, durmió el sueño
calenturiento de un comatoso perseguido por continuas diarreas. La puñalada de sus labios estriados y la sedienta personalidad de una soledad completa por falta de vibración, fue su pequeña tierra fértil por amor a los tréboles. En el fragor de sus violaciones con máscara de cariño, en el torbellino sádico del lodo que supuraba su bilis y la tonalidad relámpago de sus cabellos transpirados, concentraban infinitas fulguraciones sobre su incansable monte de Venus, actuaba como el ejemplar magnífico que la raza reclamó siempre para perpetuar actos heroicos. En ocasiones los suspiros se le deslizaban lánguidos, con rezos de placer y todas la energías concentradas en amamantar docenas de hombres famélicos. Sus caderas, gloriosas como batallas napoleónicas, reclamaban en lucha cruel hasta el paroxismo los derechos que su alma se guardaba muy bien en no dar. ¿Inmadurez, egoísmo, miedo, crueldad?, no se supo nunca. Apenas atinaba a balbucear, con tono recatado e infantil, que no estaba preparada para el amor de los carneros. Armaba diariamente espesas magnolias drogantes y con ellas asfixiaba el discernimiento genital y, con ovarios siempre alertas, arponeaba hombres tras idiotas. Cuando se permitía salir con ellos por la rúa de los sueños, estacionaba en sus uñas escorpiones melenudos y era cuando sus senos relinchaban de odio y rebeldía. En la boca de lo siniestro, (también amplio hogar del gélido planeta Tierra) reventaba de beatífica malignidad al besar los paladares de sus machos, quedando éstos tragados y sin sesos. Luego, al mejor estilo arácnido, los excretaba como alimento ya inútil. Se evidenciaba entonces que ella y las ventosas de los pulpos habían nacido del mismo infierno. Esto ocurría al poco tiempo de comenzada una relación con el total volumen del deseo, con las graníticas ansias de la pasión que ella, con drástico alejamiento cortaba. Ellos, infantes heridos y desorientados, se revolcaban en su dolor envainado en la rabia. Eso si, no mezcló nunca la crema erótica con el arte de la perversidad. Con prolijo esmero pudo satisfacer ambas consignas. Fue siempre la auténtica madre de su maldad y la flameó sobre su cinismo con distinción personal de constante derroche de ácido, acorde con la mugre que fue su vida. Como corolario póstumo, diré que gritó con devastadora iracundia el día que el orgasmo le dijo no en su vetusto reservorio, derrotado por décadas de mecánica acción.

La nena mentirosa o ensartada de varón
...y hemos llegado hasta acá. Vos todavía no sabés para qué son las lauchas: no tienen porvenir diurno ni aconsejan matear con gente de pelotas. Fue un grupo sublime que jugaras ayer con la amistad y los sentimientos y no tenés hoy ni siquiera el yeite de trampear corazones. Palique, mucho jarabe de pico y ningún garbanzo; mucha parodia y ninguna comprensión. Eso fue lo que me diste, y yo, tarado por tu amor, no me avivé que me cafishabas. Hoy se te acabó el conchabo nena, te rajo para que en la ruta de los mersas te pudras o te apioles. De vos dependen tus jornales de mañana y no esperés más que sobe mis ciegos sueños sobre tu maldad. Me usaste, me amasijaste la confianza y por eso sos una turra. Yo fui para vos nada más que el berretín de unos días y algunos mangos para chucherías soportando el fuego de tu egoísmo. No has vivido nunca la honestidad y ahora le tuviste miedo a la libertad pura, sin la mugre a la que estabas acostumbrada. Traté de que campanearas otro mundo, algo prolijo y sano, con transparentes verdades; pero de eso vos no sabés nada ni sentís nada y preferís que te monte un matungo milonguero con más lucas que yo. Por eso sos una mierda. Por eso me veo sucio a tu lado. Chau, y chamuyale a las lombrices los metejones futuros, turra.

La nena adulta o consejos de mina
Vení cafisho, bajá de la gorra y ponete la zabeca, que sino vas a parecer una lombriz con cara de culo sobre un par de zancos con ojos de miedo. Pero no creás, en tu chifladura, que yo estoy mejor: sabés bien que la mierda se la pusiste a mi dolor y los almuerzos quedaron en pedo de tanto pan cansado, de tantas ensaladas de gusanos. Vení chabón, no te rajés todavía monigote uniformado, haceme caso, comprate un melón nuevo pa poder joder mejor y no te olvidés, a las pulgas enseñales a remar y bien enfundado te subís al escote de una parda y le pechás de garrón que te sobe las pelotas. Sí, reíte nomás pelandrún, total ya me cagaste de lo lindo y me tiraste a la marchanta. Pero no cantés vitoria que esas changas son fuleras y sabés que en ningún conchavo duran mucho los rasposos. Vos no fichás como son estas cosas, ahora los Botones Dorados te van a pisotear la sopa y la vida te la van a garpar en la basura de los cuarteles, pegoteada a todos los gargajos de bronca, a los sudores con engaño de futuros lindos, para vos ya imposibles porque fuiste turro, porque sos roña. Vas a tener que yugarla y morfarte el hígado para no terminar fusilado junto con tu sol; para no reventar de asco que vos mismo te vas a dar y entonces quizás consigas el apoliyo de tus tripas. Vos sabés que lo más romático que hay en el mundo es el espolón en el ojo, por eso me dejaste virola y arrinconada al portón de las imposiciones. Esperá, no te vayás todavía haciéndote el fesa. El sueño de tus cacas fue sagrado ayer pero hoy las playas de mi afán están ardiendo de laburo y sobre la catrera de mis noches solitarias es donde me montan fuerzas para voltear a todos los farabutes con agua en las bolas como vos. Una vez puteaste a mis hijos pero ya no festejés esa ranada porque los maricones lo hacen todos los días fichando la carne de las minas. Ahora que estamos solos y ya mi corazón no te juna ni quiere más lola, es cuando comprendo a tu maldita serpiente, aquella de bigotes largos, incrustada en tu maldad, con gusto culo, que tantos latigazos me dio, y relojeo la bendita posibilidad de no mascar más el maíz que me escupías sobre el cuerpo engañado con el cuento de tu amor. Hoy, cuando los adoquines estrolan mis zapatos reventados de yugar, es que tu azotea me parece una bolsa de locos. Convencete, estás sonado. Por eso no sentís que basureas a las hembras ni te acordás de masticar honestidad cuando salís a la calle denigrando a las baldosas, cuando te topás con los semáforos siempre apagados de tu vergüenza. No sé para qué ni para quién hablo porque sé que ya te olvidaste de esa borra para mí sagrada, donde el tiempo depositó nuestro amor. Que fue allá, en ese pasado hermoso, donde nos trincamos sobre la prolijidad de los tréboles y las picaduras de los jejenes. Sé también que ya olvidaste que yo soy una persona, y ahora apiolada, y por eso me las pico, me tomo el raje violento de semejante sarnoso. Chau, y andá al médico, pequero de almas.