domingo, 28 de agosto de 2011

EL ÁCIDO DE LA IRA nobuko Buenos Aires 2003

Nuestros días tristes
Mirad los lirios del campo cómo crecen,
no se fatigan ni hilan.
Mateo, Vl, 28, 29.

Percanta que me amuraste desde el día que nací,
aquí va, en las cuerdas de mi chamuyo, un cacho de corazón
y desde el escavio del ácido que me tiene curda
te doy mi laburo, y para tu desamparo mi metejón.

Gracias a los pechazos y consejos de un punto que se cree muy piola y que vive en el norte, que le ha gustado siempre ser gallo en gallinero ajeno y tiene cientos de fieles cipayos por estos pagos, también aquí, en mi ciudad querida, valés por los mangos.
No importa que seas santo o cafisho, boludo o sabio,
sólo se cotizan las lucas que cacheteas. Tenemos además,
como fuente de riqueza nacional, gran variedad de ideas "salvadoras" en el mate de algunos perdularios. Casi todas son boletos y matufias que pregonan las más bacanas intenciones que, según dicen, son la piedra filosofal para el "ordenamiento" de esta murga. Nunca han resultado un carajo, únicamente convirtieron a nuestra ciudad en un esmerado cangrejal del despelote.
Hay sobones, ya lo dije, partidarios del Tío que vive en el norte; hay futuristas partidarios de morfar rojo hasta en la sopa; hay camisas negras propagandistas de los colores nacionales que lucen algunos cuadros de fútbol y, por qué no decirlo, también hay partidarios de varios clubes de pesca, desesperados por enganchar el anzuelo en la carne achacada de nuestra Reina del Plata y no soltarlo más.
Sin embargo, cuando se necesitan voluntarios para servirla, ordenarla y ayudarla a crecer todos están esgunfiados, se hacen los fesas o tienen otra mina que apuntarse.
Los pocos colaboradores que han aparecido muy de tanto en tanto, tuvieron que morder el garrote de la mafia o retirarse a la zona de su fracaso.
Es una madre con hijos desarraigados que la enroñan y la usan para enyantar sus bolsillos. Es la vieja querida que hace rato desangran, la amiga con una gran alacena repleta y que sus nenes tiran a la marchanta. La que necesita transfusiones de Amor y un corajudo médico de cabecera que cure su parálisis. La desgraciada produce doctores mediocres que no la atienden y cuando alguno decide recetar, le cuesta tantos dolores de cabeza a la pobre, que resulta peor el remedio que la enfermedad. Por supuesto, así se achaca cada vez más.
A nuestra ciudad le sucede lo que a las cutículas, cuando se las empuja para atrás y se las amasija producen pellejos rebeldes, muy dolorosos y sangrantes.
¿Por qué se arruga el espejo? Muy sencillo, para no deschavar nuestra trucha y la vergüenza que apolilla en nuestra panza reventona. Es por ser tan desagradecidos que esquivamos mirarnos.
Algunos que la queremos bien estamos cansados de tanto palear laburo que no le llega, de tanto oír al cuete el himno calvo que te han dejado después de tanto afano colectivo. Estamos cansados de herniar las esperanzas sacudiendo los tamangos en tus rúas enchastradas, porque ni te lavan siquiera.
¿Cuándo nacerán los toros que remen contra la corriente cipaya y saboteadora?
¿Cuándo lastraremos tu inmensa riqueza sin gusto a podrido en la boca?
¿Cuándo respiraremos la honradez, la solidaridad y la inteligencia de tus hijos? ¿Cuándo creparán la mufa y el desinterés? Mi desaires querido, eso será cuando tus malevos cambien de Sol; cuando nos reunamos hermanados en la salud del amor por ti y podamos colocar los colores de tu bandera en la cima para que se confunda con el cielo, no como ahora, enmerdada con nuestra mishiadura de alma, con nuestra denigración desaforada!
Reina querida, todavía te quedan algunos. A pesar de aquellos que prefieren bellas mentiras a feas verdades, algunos queremos mancomunadamente, producir un nuevo día para que renazca tu esplendor.

Pobre mi Matria querida
No siempre cortaban las piernas y brazos de los bebés, algunas veces también lo hacían con la cabeza o el cuerpo. Circuncidaban hasta sus alientos lactosos dejando en exhibición en los cabarés sólo la huella de sus lágrimas. Pero el verdadero problema venía después, cuando los trolebuses se detenían por falta de corriente y al total de las fabriqueras las despedían sin violarlas, como era una antigua costumbre patronal, y cuántos dijustos le daba la ciudad, verdadero panteón de diversiones. Algunos parodiaban su vida con fruición acéfala, otros, con calcetines de sueños. La mezcla de gomina y mortadela se realizó con el mayor cuidado: las computadoras recién compradas a los matarifes norteños enriqueció a muchos piolas mal nacidos en las cloacas comunales, sincronizando la operación para que las mujeres montaran sus ancas sobre bidés automáticos manos lavadoras y casi todas se desmayaron de placer al ver a los murciélagos reflejados en la cortina del matadero barrial, del frigorífico capitalino, y cuantas veces en su vida no todos estuvieron locos, esa era una ilusoria imagen de los monos.
Las mujeres fueron parciales e intransigentes después que las fusilaron por generaciones incrustadas a falos consuetudinarios y campos sin arar. No hubo ni almohadones ni biombos para acomodar o disimular tanta perfidia, eructando la ciudad su edad de oro. Ahora, es un organizado antro de tiroteos de Paz empolvado y perverso, de luminosa frescura a caballeriza cuando las fieras forman clubes de botas y clarines y las bayonetas penetran en el bofe de los borregos abúlicos.
¿Por qué los secretos eran tan populares y los pregones casi desconocidos? El gobierno explicó por decreto, de esos que explican caso todo sin decir nada, que se debía “a que las linternas tenían las pilas sulfatadas y que las cabelleras rubias tienen más poder que el almanaque.”
Siempre fue así, a los niños los amamantaron los presos y a las hembras las obligaron a consignas retrógradas y coitos obligatorios y llorando lo más sentidas nunca les faltó libertad. Los negros zarandearon sus ídolos y los blancos sus prejuicios, los topos y cucarachas se salvaron de la invasión moralista cuando el cretino mejor comido se ejercitó en la dirección de la fábrica de corrupciones. Entonces múltiples perdularios vomitaron su desfachatez cuando en los reportajes pretendían explicar lo inexplicable que hacía agua por los agujeros del colador de mentiras. También hubo los que marcaron el paso sobre inciensos apetitosos como caldos de pus y la ilusión de las tortolitas estuvo en la cúspide de la pirámide de fracasos porque los criminales no silban, únicamente los amaestran para descalabrar países. Fue el apoteosis.
(Es bien sabido que en el territorio que poblamos la deshonestidad de la política es algo jamás avasallado porque siempre se la practicó de frente al pueblo.)
Tres generaciones sonrieron complacidas del asco y por fin en un rincón la encontraron.

Mi desaires querido
En los cotidianos zarpazos a las madres cautivas silenciados por gritos y represiones organizadas, por pilchas vacías, por la respiración gangosa de serpientes sindicales, fueron las infancias que convivimos en la ciudad de los primorosos crímenes.
Se continuaba la tradición de los pasados pordioseros augustamente glorificados e hilvanábamos palabras de amor baboso para conquistar a las nenas durante su primera comunión con la vergüenza. Estábamos perdidos en la selva ciudadana. Tropezábamos con nuestras amplias cobardías cada vez que respirábamos, cada vez que se sumaba el sueldo de la agonía y, cuando no te vuelva a ver pegaremos el chicle en los ácidos de la rabia.
La mayoría calentaba el sexo en el mechero de las fantasías. Eso ocurrió porque la policía impedía largarse de los toboganes permitiendo sólo las correctas enaguas que dejaran traslucir vellosidades. Para algunos fue un verdadero paraíso. Se encubaron analfabetos para exportar y esa sangre desletrada fue útil lavando calles. Dejó su costra de ansiedad y el esfuerzo posterior fue inútil en las aulas pues a la televisión asistían decrépitos empolvados con lástima y las nenitas practicantes del oficio. Era Amor de bebés cortejados por corazones muertos comiendo las cáscaras y tirando las esencias y, habrá pena y olvido pero ni los gatos, productos activos de las carnicerías, pudieron solucionar el hambre porque desde que se expandieron los mares, la abundancia de tiburones confabuló la derrota de los ciegos.
Adoramos a los mártires y fabricamos su cruz pues nuestra mayor felicidad estaba representada por los alienados que invadieron los seminarios para regocijo exclusivo de los déspotas. En los primeros años ni las viejas buscaron chismes, pero a medida que los coliflores engordaron, toda el agua jabonosamente negra de los lavaderos llenó las copas de nuestro menú, aséptico regalo de los dioses que los colchones fueran de sueños porque sin esa victoria el ridículo nos hubiera tragado. Salimos en los diarios y sin que nadie lo previera las acciones de la sangre cotizaron en baja, hasta el último estante de la ferretería, y nadie más las compró. Herrumbradamente hermosas un día las envolvieron y las devolvieron a la tierra para engordar microbios verdes.
“Si las máscaras hubieran reído, el carnaval de los cangrejos quedaba consagrado; si los cangrejos se hubieran puesto las galeras, el carnaval caminaría en diagonal; si las galeras caminaran en diagonal no estarían, como es lógico, en la cabeza de los cangrejos; pero, si el carnaval, las galeras y los cangrejos fueran carne, uña y pelo, todos reventaríamos por eso”.
Después de tales conjeturas de transparentes perspectivas, el gobierno renunció a los negociados de gomina adulterada y en su huída sólo llegó hasta la esquina: un bache se lo tragó. Entonces, todos los que teníamos días e hijos lejos, quedamos encerrados en el edificio de Soledad Amartillada.
Surcando arrugas con sensación a cucarachas amargas, la lamentable especie de negras beldades calcinó a sus contemporáneos. No fue una noche atrayente para las niñas del picadero ni para los solteros de Ternura, pero pudo serlo en profundidad para los déspotas. Estudiando a los bomberos cometieron el error de sacar conclusiones prematuras y en la ciudad liberada, (sin ningún water closs clausurado todavía), realizaron la más grande explotación de incendios que congelara la ciudad de mis amores, mis excreciones y mis corbatas. Cargaron canallescas ansias sobre los hombros proletarios y llevaron ilusiones a los inodoros. Recolectaron lauchas por toneladas y nadie supo nunca quién fue el deshollinador de las vaginas que, por un tiempo, habían sido las que remolcaron el carro de la decencia.
¿Quién fue el proxeneta que columpió a las nenas calientes? ¿Quién fue el conde que bufó al olvido?
Las rubias se esparcieron por las canchas de la inmortalidad y sus licenciosos labios carmesí escribieron en las frentes de las bolas de billar las más cómicas historietas.
Fue un cúmulo de sensaciones adversas y amorfas; un tembladeral de ética clausurada, montando el hilo delgadísimo de un rebaño sin espíritu, sin líderes genésicos encendiendo Luces.

Avidez de ira en la sagrada región de mi tierra

Parecería un principio político
que lo que no puede ser remediado
debe ser oscurecido.
Bergen Evans
Historia Natural del Disparate

Mascando barro y lágrimas, alternando con aromáticas carcajadas, revolvía los papeles del basural. Ahora que se había convertido en vagabundo de Ciudad, cualquier fueguito haría explotar las balas guardadas en el aparador. Se sentía dueño de fantasías fabulosas que camuflaba con gran arte para no pagar réditos como buen ciudadano. Era correcto con Ciudad, por eso sucumbió a la rapiña de los empedernidos almaceneros que gobernaban, impedido, como una amplia mayoría, de enderezar el espinazo por sobre el nivel de su cobardía, y todos los maricones envueltos en tules-decretos estornudaron consignas y deberes para perdularios enmohecidos en las vertientes caudalosas de la aldea del río bueno, del aire húmedo, del mausoleo bueno.
En las guitarras del lamento pampeano de este margen fluvial brotó la comezón del miedo y salimos sigilosos de las celdas del pensar para no enfurecer las botas del Botón Dorado, que se hamacaba en la cúspide de su estupidez, refrendado por decretos de asco y cárceles instaladas de acuerdo con los últimos adelantos del confort, para bien ayudar al rebaño a escupir dentro de saliveras de tanques amigos de pobres que ni los matamoscas más eficaces lograban espantar de las hembras cimbreantes que ellos, los de casta con pistolera, exhibían como trajes nuevos. Entonces sobrevino algo inesperado, peor que el odio y fue el ácido de la ira convertido en la penumbra de la verdad y dejar una rendija de transparencia oxigenada.
Ocurrió que los bucles de la noche absorbieron los derechos y los transformaron en drásticos deberes que debían rendir pleitesía a clarines bastardos, rompiendo las puertas de partos libres que encarcelaron óvulos y masturbaron espermatozoides. Las frívolas rubiecitas como las cálidas morenas se echaron a llorar futuros cuando los tambores drogaban sus células, embrujándolas, y manoseaban sus iris virginales con vicios acumulados y siglos de sometimiento. Todo se desarrolló normalmente menos el bostezo, por eso cabalgamos vigilias de insomnios en la bosta colectiva de inercia sincronizada.
Los despertadores campanillaron, los bueyes comenzaron su trabajo arrastrando los arados de la demagogia y la soberbia de los paranoicos, para alegría de tanto Odio productor de cierta iluminación clerical, de hediondez sagrada. Así sea, amén.
Pero no siempre en Ciudad de mis pañales, de mis granos, de mis canciones las canas fueron individuales, también hubo de insatisfacción colectiva, pues era la única realidad: a menudo nadie se sentía conforme porque no había nada de que sentirse conforme y esto contribuyó a distinguirnos de los contemporáneos extraterrestres al repartir bebés en las jaulas zoológicas, y las fiebres coimeras eran envueltas en polietileno para exportar a prostíbulos extranjeros como medida preventiva de la conservación de la raza, el peculado y el aumento masivo del calcinado existir, del siniestrado ansia de vivir, para regocijo de los dentudos Galerudos feudales que hasta hoy juegan al fútbol con las estrofas del Himno Nacional y usan la Constitución como papel para inodoros, con la pampa cautiva por alambradas y leguas sin arar, porque sí, porque a los panzudos Botones Dorados se les antojaba esa exquisita ruindad.
Y nadie se atrevía a herirse las manos.
Cariñosamente, con esmerada delicadeza y precaución, se fueron ajustando los detalles finales de la barbarie nacional: le echaron maníes a la Universidad y libros a los monos para conquistar la mordedura rabiosa de los Botones Dorados, monarcas de las barracas estatales. Las marmotas y los almuerzos siguieron la ruta de Pan Agusanado, de Sopa de Aire cuando subimos la cuesta de la corrupción condecorada, de la hambruna de tenedor sin dientes y curda de Inanición. Y quedó la resaca, temblando como lágrima colgada del párpado de Vida, la sobrealimentada acidez de ira, gorda, gordinflona, aún más que el volumen de Tierra.

Cóctel de ira y amor
Con la desdentada boca abierta como un abrazo, perlada de fosforescencias fatuas, con gesto enorme cual si fuera el amante beso de un pantano que bosteza su tristeza entre micromundos y caimanes, Ciudad se lo tragó. Sonidos luminosos con gusto a pólvora, con Amor y Crimen, con tibiezas de lactante recién mojadito, se oía su desasosegado estómago de cemento de cortesana aburrida. Era el martirio de cadenas que parían flores alquitranadas por el cansancio de Esperanza, por pirámides apuntando hacia abajo y volcanes que no tronaban. Ustedes saben, la sustancia que nace del pelo del viento es abrumadoramente empalagosa sobre todo por la pérgola que ostenta. Saben que el martirio, sin ninguna duda cual si fuera de color riqueza está sujeto al mástil de Días, o Paraíso de Dolor. Por eso se deja manosear pero no se entrega, convierte lo auténtico en violación de núbiles cariñosas con miradas expectantes.
¿Por qué salud navegan las luchas? Silencio, silencio general, sólo el estruendo del majestuoso conglomerado Fracaso. Nadie contesta ni sabe resucitar los trozos de león que veraneaba el cuerno noreste de Luna con la espina incrustada en Angustia.
Durante noches y noches ellos no hacían nada que pareciera dormir, flotaban huesos rotos y riñones calientes que martillaban el cerebro en somnolencia agotadora.
Pero una mañana equis, con el derrumbamiento montado sobre los párpados celosía sintieron a Ciudad más que nunca, a ella, la que parecía imposible de acariciar. La amaban y reconocerlo era dolorosamente honesto. Caminando muy rápido en sincronizada fuga, al pasar por una esquina de los respectivos dolores alquilaron una alcancía y depositaron sus románticos sueños en aceite de oliva.
Estaban agotados, como sonámbulos sentían que se habían quedado desnudos,
sin combustible ni Aliento. En el paroxismo de Angustia sintieron los cuchillos maniobrando sus Espíritus y la inmensa risa que aflojaba sus vejigas los atrincheraba en las nervaduras de sus rabias, con futuros salvajes todavía desarticulados, con presentes envenenados, con pasados cenicientos aún calcinantes, un poco más fuertes en Autoestima y Respeto pero todavía algo gelatina. Observaron los míseros repartos de roles y saliva bendita que Ciudad ofrecía, bebieron el licor que quizás no volvieran a tomar junto Amor, su utopía sin nombre.
Y allí estaban las amables tortolitas, buscando en recipientes de afecto la salud de Sangre, el amanecer de Noche y el consuelo para niños abandonados, para no cortar nunca más gargantas de nenas y manosear sus cositas hasta disolver los pudores que tantos esfuerzos requieren. “El que ama mucho el dinero no vale para sí mismo, reflexionaron algunos”.
Recordaban, (olvidar sería mortal) aquellos criminales días de Botones Dorados voluminosamente rojos, cuando exhibían sus hembras como ropa nueva desde el escaparate de sus bellaquerías, y era sólo Odio proletario el componente del aire.
Por ello, en el juncal de las perlas, encontraron la Amargura amarrada con el Amor escribiendo sobre el Coraje, y fundaron la Estirpe Sagrada que fecundaría el Sentir Empecinado, y cuantos placeres les dio gozando lo más sentida.

“Bueno, al fin y al cabo, ésta es la época de los tejidos disponibles.
Todos utilizan el borde de la chaqueta de los demás.
¿Cómo puedes aplaudir al equipo local cuando ni siquiera
tienen un programa ni conoces los nombres?”
A propósito, ¿de qué color eran sus camisas cuando salieron al campo?”
Ray Bradbury Fahrenheit 451

Pero... todavía faltaba probar el mate amargo de los Galerudos corruptos, avanzando a paso redoblado con la traición empedernida y el concienzudo remate de la soberanía. Pero ese es otro cuento... quizás, algún día lo relate.

domingo, 19 de junio de 2011

EL ÁCIDO DE LA IRA nobuko Buenos Aires 2003

A veces, cuando su felicidad se torna insoportable,
se cortan la garganta entre sí, con navajas.
Bergen Evans Historia Natural del Disparate

Crímenes placenteros para el desfile de la sangre y jolgorio de los sádicos

Amor interrumpido
Bajo el sonido de la radio se percibía el rumor del agua golpeando el agua.
El bebé reposaba en la cuna. Él, sentado en la cama, con la cálida mirada del amor lo observaba embelesado, apoyando los codos en las rodillas y ambas manos en las mejillas. Las manitos del niño acariciaban el aire y bizqueaba los ojitos continuando su juego entre gorjeos y saliva. Movía los piecitos al compás de la radio y todo su cuerpito vibraba con el sonido. Una mosca pretendió perforar el tul que cubría la cuna pero chocó contra él quebrando sus ilusiones. El hombre continuaba embobado la contemplación de esa inocencia indefensa que trinaba en sus primeros días de absoluta paz. Se levantó desganadamente a pesar que sus ojos, plenos de amor y satisfacción, desmentían el gesto cansado. Se acercó al infante, levantó el tul y agachándose lo asió casi con miedo, con extrema suavidad. Cuidadosamente, lo atrajo hacia su pecho y besando la frentecita, lo acunó. Giró despacio y caminando con precaución se encaminó al baño. Llegó hasta el borde de la bañera justo en el momento que una manita le rozaba la mejilla produciéndole exquisito placer. Era hondamente feliz, se sentía pleno de lo inefable, de aquello que sólo se siente y carece de explicación verbal. Sosteniendo al niño en un brazo, con el derecho cerró la canilla de la bañera justo cuando amenazaba desbordar. Probó el calor del agua: era el justo.
El cuarto de baño estaba cálido, templado por una oportuna estufa de gas. Depositó al niño en un catre de goma, de los que se utilizan para cambiarlos, mientras los gorjeos denunciaban el júbilo del bebé. Prolijamente, con suma cautela y un poco de miedo por temor de irritar al niño, fue desvistiéndolo. Con excesivo cuidado lo levantó desnudito, colmado de satisfacción se aproximó a la bañera y con lento gesto, como midiendo el tiempo, lo fue introduciendo en el agua tibia hasta que ésta lo cubrió totalmente y con las dos manos firmes como garfios, crispadas de emoción, apretó el desamparado cuerpito contra el fondo de la bañera mientras el líquido desbordaba debido al exceso de volumen sumergido.
Despertó del éxtasis al oir lejano el cierre de la puerta de calle. Con toda seguridad sería su mujer.


Deuda saldada
Su esbelta figura se perfiló en el callejón de la noche. Semejaba un junco cimbreante con un suave destello a perfume oriental. Velando sus párpados sombreados, se intuía un tul de miedo agazapado y, sobre los senos imprevistamente púrpuras, semejantes al estampido de un timbal, la protuberante seguridad de lo auténticamente bello.
Yo la veía acercarse de frente y no pude comprender el porqué de esa oscilación temblorosa y zigzagueante, como de beoda, que ella de pronto empezó a realizar cada vez con más
insistencia, y que yo consideraba ilógica. Llegó hasta mi ante mi más profundo asombro, ya que en sus condiciones tendría que haber caído. Pretendió asirse a mi hombro pero su debilitado gesto resbaló arañando el saco. Paulatinamente, sin premura, se fue encogiendo hasta quedar acuclillada, con la cabeza apoyada en mis rodillas y abrazándome las piernas. Yo no me moví, ni siquiera cuando bajé el brazo y apuntando cuidadoso a la nuca le di el tiro de gracia.

Cruzando el cerco
Oyó nada más que la mitad del terrible estampido, la otra mitad se desvaneció ignorada, en el silencio de la habitación. Cansado, profundamente sumergido, asomó por los dibujos de su pijama y comenzó a recorrer el infinito. Era un fluir sin gravedad, una laxitud total, un deslizamiento sin distancias flotando en el absoluto vacío. En ese profundo sueño intuyó su derredor. Asombrado, sintió que ninguna materia, salvo él, circulaba. Impulsaba su fluir una fuerza inexplicable parecida al tiempo. Consideró que se encontraba en una zona similar a la que había oído describir a los astronautas: el vacío estelar, plagado de corpúsculos radioactivos. La situación lo preocupaba; no sabía si estaba despierto, dormido o muerto.
No podía, determinar su realidad, su estar, ni como esencia ni como existencia. Y así vagó
por tiempo interminable sin poder precisar cuanto... De pronto, en un segundo o en siglos,
una pequeña luz muy lejana, pero no por ello menos intensa, le hirió los ojos, encandilándolo.
No obstante y sin saber por qué, este suceso lo alegró. Algo lo había hecho sufrir, por lo tanto vivía. ¿Pero dónde, en qué lugar se encontraba? Vagamente, recordó que la Tierra era su planeta.
La luz esparcía su sonido corpuscular en la entrada misteriosa de atmósfera sofocante...

La humedad resbalaba por los muros acariciando líquenes rupestres. Avanzó, espantando el polvo terrestre. De a poco la oscuridad conquistó los umbrales de sus ojos, envuelto ya en un continuo neblinoso e irrespirable. ¡Una caverna... estaba en una caverna! La luz exterior se extinguió y un dolor visceral desparramó su ácido hasta completar la invasión. Un polvo picante perforó su nariz. La mejilla, golpeó sobre el escritorio mientras su conciencia se esfumaba en una lejanía progresiva y placentera.
Todavía logró en un espasmo entender su impotencia, de juguete lanzado al infinito. Pero todavía razonaba, no comprendía pero pensaba. Sintió una vertiginosa desesperación. Intentó frenar interrogantes y deseó apagar esa voz interior que lo martirizaba. Por última vez recordó que los interrogantes habían sido su angustia de siempre. Paulatinamente, un total relajamiento lo invadió y dejó el consciente. Ya no sintió. No pensó. Expiró. Lo imaginado había durado tres segundos.
La sangre seguía manando de su sien derecha cuando el índice se crispó sobre el gatillo y detonó un último disparo que destrozó el tintero.

Espectro
Lastraban los ojales de sus ojos las más crotas pestañas postizas sucias de rímel. Crenchas amarillas de lana salvaje, bajaban hasta sus hombros pura percha de huesos empolvados, y en todo su escracho castigado con cremas y pinturas, un sudor grasiento, embadurnado, corría hasta su mentón para caer con goteo jodón en el hueco de su desinflado pecho. Yo, desde donde estaba, no podía junar el manchón oscuro en su ajustado vestido, imaginaba que se estaría produciendo a la altura del ombligo. Su jeta corazón rojo, de labios agrietados y sin luz, invitaban a garronear la pegatina de sobres y estampillas y eran un crimen para ojos como los mios acostumbrados a campanear lo bello. De los quesos sólo fichaba los timbos, pero eran suficientes para alegrar a cualquier isleño que soñara con bote propio. Y, como si este espectro fuera la deliciosa miel de una laburadora abeja, con la copa en alto, como brindando por su eterna camuflada juventud, parlaba cursilerías haciendo inflexiones de piba de quince con un pelafustán calvo y gangoso que, por estricta deducción lógica, debía ser virola de ojos y nariz. Para sacudir el aburrimiento y joder un poco, me acerqué a la jermu. Le ofrecí un faso: su gastada sonrisa lo aceptó. El payaso, sentado enfrente se ofendió y comenzó a levantarse. De un sopapo lo incrusté dos metros detrás y con rápido ademán agarré la pechera de la mina y la obligué a parase. Pude junar el manchón en el ombligo y el asombro del miedo en su trucha. Entonces, tranquilamente, extraje mi correcta navaja sevillana y en el instante del chasquido de su abertura se sintió, en el tugurio imprevistamente mudo, un grito enorme y agudo pegado al áspero sonido cortando ropas y carne, desde el meadero hasta la garganta. Una piolísima línea bien debute, de viscosos reflejos carmesí decoró a la puta que se fue derrumbando. Yo, dando un ágil salto me alejé, evitando que el caudaloso rojo me manchara. Una soberbia carcajada, nacida desde la planta de los pies hasta mi boca babosa de tanto escaviar bronca, desabrochó mis nervios en balsámico relajamiento, frente a la incomprensión de los mersas que me rodeaban.

Ofrenda matrimonial
(Recorriendo la mitología griega hallé este relato ocurrido, según los crédulos nativos, en remotas épocas. Les ofrezco una versión libre.)
Había una vez un hombre de profesión carnicero que encontró la bonita oportunidad de violar a su cuñada. Mejoró la situación con una astuta estratagema para que el placentero hecho quedara impune: se le ocurrió cortarle la lengua, de esta manera nadie se enteraría del nimio desliz. Así lo hizo, y abandonó en una lejana ciudad a la deslenguada cuñadita. Esta, ni tonta ni perezosa y detenida la hemorragia con una amable cauterización, mandó un telegrama urgente a su hermana casada contándole los pequeños inconvenientes que había tenido.
Al tiempo, las dos hermanas se reunieron en el feliz hogar y planearon una primorosa venganza. Matarían y descuartizarían al hijito de tres años de la casada y bien adobadito y camuflado por la deslenguada tía lo asarían, sirviéndoselo al marido el día de su cumpleaños. Tal cual hicieron, y luego de cenar opíparamente bajo los repetidos elogios que él prodigó a la tierna carne, preguntó de que carnicería era. Ellas, como única respuesta, le presentaron asida de los ensortijados cabellos, la tumefacta cabecita del niño. Horrorizado, él toma un cuchillo (con los cuales era muy diestro) y entre gritos, corridas y enésimos rojos de puñalada va puñalada viene, las va descosiendo a cada una, con la obstinación necesaria que se requiere en estos casos. Luego, prolijamente, las troncha y las guarda en la gran heladera de la carnicería junto a media res que había comprado esa tarde. Sólo tres días le costó deshacerse de su mujer y su cuñada entre los almuerzo y cenas de las familias del barrio, la mayoría de absoluta confianza.
(Ahora, me pregunto, ¿no hubiera sido más sencillo matar de entrada a la cuñada? Así, el tipo hubiera evitado la muerte de su hijo y la molesta limpieza posterior para hacer desaparecer los rastros. ¿No les parece? ¡Estos griegos, siempre complicando las cosas!)

Antes de misa
--Che Coco, despertate, Coco, despertate, ¿me oís? Coco vamos, despertate! ¡¡Despertate Coco!!
--¡Eh, eeeh... ahhhjjjjj!, ¿qué pasa?. Ah sos vos. ¿Qué hora es... qué carajo querés?
--Son... las dos y cinco. ¿No te molesto, no?
--Pero vos sos loco che o te hacés. Otra vez con la milonga de la hermosura seguro. Ya te veo venir. Dejame de joder! Hasta mañana.
--Shhhh, ¡no grités!, a ver si se despiertan los demás, pavo. Vamos, levantate, no me podés fallar ahora. Fijate... me pongo de rodillas, ¿te gusta que te lo pida así?
--Dejame tranquilo. Vos estás rayado, convencete, estás rayado... las dos de la mañana... Ahhhjjjjj... Dios, que reviro...
--¡Mirá Coco, mirá, estoy de rodillas! Te beso el borde de la... vamos, si a vos también te va a gustar decirme que soy hermoso... mirá, me afeité, ¿o quizás?... ah, me doy cuenta, ¿querés que te bese el crucifijo, no?... ¿Estás conforme ahora, estás conforme?... Vamos Coquito, vamos... decime... ¿soy hermoso?... ¿sí?... ¿decí que sí?...
--¡La gran puta, mirá que sos cargoso, carajo! Ya te dije ayer que no quería saber más nada con vos y tus locuras. iHermo-so!... ¿Dónde tenés la hermosura? En ese bocho que parece una bola de billar o en las arrugas de vieja lechosa y entalcada. ¡Rajá, dejame tranquilo! Andate de mi celda y dejame dormir. Mirá, si viene el sereno linda la vamos hacer! ¡Largate y no hinchés más!
--Vamos Coquito, decime que soy hermoso. No seas malo. ¿No cierto que soy hermoso?
--¡Piantá, por favor, largate!
--¡Coquito, Coquito, no me echés! No me dejes en la duda. Se bueno, mirame, mirame mucho... Mirá... me saco la...
--¡Oh, que pelotudo que sos, estas desnudo! iRajá, de acá chancho, rajá o te denuncio!!
--Coco... Coquito, decime ¿soy hermoso?
--¡Ufa, ya me tenés podrido! Pero no... si es para matarse de risa... ja, jajaja... semejante jovato... ja, jajajaja...
--¡No! ¡Noooo, no te rias o te!...
--Bueno, bueno, no te pongás así, pero comprendé, ya me cansé. Voy...
--¡¡Adonde vas!! Coco, por amor de Dios, no hagás eso, esperá. ¿No cierto que soy hermoso? Decíme, decime...
--¡Andá a la mierda! Veo que estás chiflado del todo. ¡Por favor, reaccioná, tenés cincuenta y seis pelotudo, cincuenta y seis!
--Malo, sos un malote. Claro... me desprecias porque vos tenés veintinueve. iQué lindo era yo a tu edá. No podés imaginártelo... era suave, más...
--¡Dejame pasar!... ¡Dejame pasaaar!... A vos hay que encerrarte, hay que encerrarte y ahora mismo! Voy a llamar...
--¡¡No, vos no vas a llamar a nadie, no vas a llamar a nadie!!...
--¡¡Dejá ese candelabro, loco, dejalo!!... ¡La gran puta... hoy te agarró fuerte... ¿¡¡¡Qué vas hacer loc!!!?... ¡¡Nooo!!... Ay... aayyy... ayyyyyjjjjjjj...
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--¡Ohhh... Coco, Coquito, ¡no te quedés ahí tirado, levantate!... ¿no cierto que soy hermoso, no cierto que sí?... Levantate, no seas malo, me voy a portar bién... te prometo... ¡Uyyy, mirá Coquito, me pinto los labios de rojo... qué lindo rojo, ¡qué lindo!... Voy a lavarme los pies con rojo... Voy arrodillarme sobre este rojo tan hermoso como yo... ¡Qué hermoso debo estar, qué hermoso!... ¡Oh Dios mio! ¿soy hermoso? Contestame. Aparecete a tu siervo y decile que es hermoso, muy hermoso... de rodillas te lo pido, de rodillas Dios mio!... Que la paz sea contigo, Coquito. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén...

El Desalojo
Cariño, atendeme como tenés que hacer. Subís primero la escalera Esperanza, doblás, y te enfrentás con la plaza de Hambre, frente al hotel El Desalojo, ese de Galerudos con puños brillantes, y si ves alguno hacele una reverencia con un gargajo y si te es posible pegáselo en el centro del monóculo con ojo. Bien... como te decía, pasás el hotel, la plaza y te metés en la callejuela donde se ven los coitos desde la vereda, entre la ropa que pretende secarse sin sol, los braseros de pa-pel y los chiquilines mocosos y mugrientos con raquitismo del tiempo de mi tatarabuelo. Bueno, seguís hasta el fondo y piantale a los perros sarnosos cuando doblés la esquina de los loros, donde está la casa descascarada con calcetines rojos rodeando cepos de púas electrizadas y melenudos azules... a ver... si, voy bien. Vas a llegar al lugar donde tenés que campanear con ojos muy abiertos para no confundir las puertas. Seguramente la vas a tener justo enfrente, cruzás la calle de Odio, mirás el número de Víctimas, tocas el timbre de tu Locura y si no te contesta nadie empujas la puerta y entrás nomás. Amor mío, eso si, tené cuidado con las telarañas traidoras que si se meten en el cerebro joden de lo lindo. Tanteá el primer escalón y subí hasta el quinto donde, si no estás resfriado, vas poder olfatear la habitación olor benjuí, seguí la oscuridad del pasillo de vidrio molido que te va a julepear un poco, pero vos seguí nomás hasta el final, doblás y te vas a topar con un biombo color banana, lo hacés a un lado y te encontrás con la puerta, la abrís, cruzás la pieza por sobre almohadones ágrios y abrís la otra puerta ribeteada de cascabeles y pompones y vas a pisar mi bulincito color caramelo. Allí, en un apacible charco de sangre, ya endurecida con rojo oscuro, que cubrirá toda la cama de florcitas rococó, la alfombra persa y casi seguro las chinelas de mouton dorado vas a encontrarme a mí, tu amor, con un primoroso camisón cortito, transparente, que te hará gozar mis senos escarlatas, con la garganta aireadamente abierta de un lindo navajazo, como un sincero grito a las estrellas. Vení, no faltés mi amor, te voy a esperar quietita y adormilada...

lunes, 23 de mayo de 2011

La nena obediente o pedagogía porteña
Yo te lo parlo nena, vono sabé un carajo. Las pilcha hay que usarla del lado caliente pa que no te jodan la matufias de lo farabute que te quieren montar. Campaneá primero la guitarra y despué el punto. Yo sé lo que te digo nena, hacele caso a papito que te juna bien. Mirá, si un fulano te amura embalao eseñal de que le tené que fajar una cuanta luca más y si te chamuya despacio, te está calentando la pava pa tomar mate de arriba. Tené que avivarte dentrada porque sino te vasapiolar cuando ya esté toda sobada y sinún mango. Usá la regla pa espantarte lo grones sin guita y camuflala con lo yonis cuando le refregé el bulto con el culito. Tené siempre a mano un dotor amigo de tusencantos así te salva si la papas queman y al salir de noche fichá lo cana yescurrile la trucha. Pintate lindo, convencete de tu veinte abrile eterno y zarandealo al caminar quel sonajero no se rompe y da vento a montone. Andá nomá, que tené el porvenir en la fachada y no hay gloria mayor que una cuantas galopada toda las noche. Andá, rajá y traeme lo mangos de la yirada que yo te lo voy a cuidar y acordate que si te me retobá, te desnuco miamor.

La nena vacía o estrellita apagada
Vos no sabés Marilú lo que cuesta silenciar las angustias del recuerdo. Es un esfuerzo que casi nunca da resultado. En la esquina del dolor, cuando toda la calle siguiente a tu esperanza sangra la defraudación de comprobar nuestra ineptitud para construir andamios; en este solitario corazón rebelde que llevamos sujeto a las penas diarias, caprichosas y gordas; en ese confort insulso, ajado y saturado por una atmósfera de inutilidad; aquí, revolcándonos sobre nuestros yerros y coitos que se apoyan en ideales y deseos subalternos, sobre espirales de alcohol, bajo trampas de sonrientes esfinges; de aquí Marilú, entre esta niebla de sudores agriados por túnicas de mentiras y pompas de jabón con cuello duro, saldré aturdido y tambaleante para tratar de tropezar con mi decencia. No será un acto consciente, sino el último y abúlico esfuerzo que a un trapo de fregar le queda en el caldo espeso de su mugre. Vos sabés que mi esperanza está próxima. Un gran agujero, significativo como un cáncer, se vanagloria en el centro de mi dolor. Es un agujero de bordes deshilachados, con manchas de sangre de varias épocas, con un gran silencio en medio de su vacío. Marilú, yo sé que no podés entenderme, el maquillaje que cubre tu alma y tu cerebro de bizcochuelo fino te lo impide. Yo sé que dejé muchas cosas queridas entre la penumbra de tus cabellos, sé que en el extremo de tu olvido estaré siempre durmiendo con tu estupidez, sé que seré un montón de agua pacífica que vuelve a su cauce natural después del huracán devastador de vida y cuando comience el perdón de mi amor defraudado, vos serás una estrellita de centésima magnitud. Sólo eso, una estrellita helada que no supo almacenar comprensión porque sus días estuvieron enfermos, una estrellita helada que a ningún astrónomo le interesa ya porque han comprobado que hace siglos se apagó y su luz es nada más que una tardía huella mentirosa que pronto desaparecerá.

La nena espiritual o Karla, la pechuga terciopelo
Con un poco de buena voluntad se parecía bastante a una mujer. Su prostitución era la intransigencia pueril por nimiedades. Alquilaba a la toilette ojos grandes y acolchados con delicados matices, pero cuando yo la conocí, adherida a las bellosidades de su ombligo, todavía no había revolcado las crines entre los yuyos de sus veleidades. No siempre calentaba la sopa de sus secreciones, a veces, la tomaba con afán nunca re-novado después de los latigazos. Fue cínica, porque se
empecinaba en no interesarse como era, y rumiaba y rumiaba babeando madejas de escapismos color irresponsabilidad. Sus ojos llegaron a parecer cariñosos de tanto odiar y a las arbitrariedades las transportaba del cerebro a sus enbaldosados labios que sonreían con gusto a limón y su lengua, como acuática tortuga, se esparcía por las más intrincadas e íntimas vecindades. Karla fue la desilusión de muchos toros: ninguno pudo lograr que entrara en razón. --¡Tábano de mi alma, como jodés!-- se lamentaba en los exquisitos momentos menstruales en los cuales era una verdadera creadora de sutilezas. Desde que nació, coqueteó con su rabo tostado y sus orejas fisgonas de cualquier sadismo. En sus soledades de hiel, pastaba una hembra atrapada en la grupa de planes perversos.
Cuando los armarios fueron despojados de sombreros y alcachofas era ya imposible vivir con tantos forúnculos y la espiga que le perforó el tímpano sólo le sirvió de laxante. Karla vendió su alma, dedicó su vida a la obstrucción intestinal, pero ni los parásitos la visitaron ni la pasaron los filtros. Se entregó a la tierra, húmeda de lombrices, que no pide boleto para entrar y por eso hoy lloran los altares del huano el vacío que dejó.

La nena enferma o Verena, gatita con tendencia al amor
Pues así de sencillo, ella produjo el desconcierto en la cobarde imaginación de los que tienen las ansias desplumadas y desplazan sus gozadas negaciones. Fue, en los subdesarrollados testículos donde almacenó sus cánticos de sirena afónica. Ella siempre pensó que el menor peligro estaba radicado en la ignorancia, por eso refregó tantos hombres analfabetos sobre su público vientre. Aguó esperanzas de paradisíacas caricias, satisfechas dentro de pautas parecidas al amor, plenitudes de dulzura más escapismos decrépitos en posición de súplica. Revolcó la abertura de sus piernas con una fábrica de ídolos transitorios y dejóse conducir por sensaciones laxas cuando orinaba, lo cual tenía pleno derecho. No intentó conocer lo que está más allá del deseo y sobre las costras de semen de sus colchones se cruzaban erecciones y lujurias siempre usadas, nunca sentidas, admitidas fantasías completamente falsas de ese universo soso, carcomido y amueblado por instintos primarios. Los castillos podían ser de aire, por eso logró habitarlos, pero sus tinieblas eran de espuma de amor rezagado y lo salvaje junto a los castillos se mezcló con música disonante, entonces todos los castillos se derrumbaron aplastando sus artes amatorias. Así la digestión fue completa. A las ciénagas las comió transparentes y los días vaginales, cuando las penas eran pegajosas como chicle de mocos, crujían disueltos sobre escarcha con aspecto de luna eclipsada, dentro de crisoles de miedo. La potencialidad criminal que todos acariciamos, ella la satisfacía entre canarios célibes y langostas vagabundas y cabalgando vientos volcaba el torrente de sangre color puchero sobre espejismos miopes. Acuciada por sombras, durmió el sueño
calenturiento de un comatoso perseguido por continuas diarreas. La puñalada de sus labios estriados y la sedienta personalidad de una soledad completa por falta de vibración, fue su pequeña tierra fértil por amor a los tréboles. En el fragor de sus violaciones con máscara de cariño, en el torbellino sádico del lodo que supuraba su bilis y la tonalidad relámpago de sus cabellos transpirados, concentraban infinitas fulguraciones sobre su incansable monte de Venus, actuaba como el ejemplar magnífico que la raza reclamó siempre para perpetuar actos heroicos. En ocasiones los suspiros se le deslizaban lánguidos, con rezos de placer y todas la energías concentradas en amamantar docenas de hombres famélicos. Sus caderas, gloriosas como batallas napoleónicas, reclamaban en lucha cruel hasta el paroxismo los derechos que su alma se guardaba muy bien en no dar. ¿Inmadurez, egoísmo, miedo, crueldad?, no se supo nunca. Apenas atinaba a balbucear, con tono recatado e infantil, que no estaba preparada para el amor de los carneros. Armaba diariamente espesas magnolias drogantes y con ellas asfixiaba el discernimiento genital y, con ovarios siempre alertas, arponeaba hombres tras idiotas. Cuando se permitía salir con ellos por la rúa de los sueños, estacionaba en sus uñas escorpiones melenudos y era cuando sus senos relinchaban de odio y rebeldía. En la boca de lo siniestro, (también amplio hogar del gélido planeta Tierra) reventaba de beatífica malignidad al besar los paladares de sus machos, quedando éstos tragados y sin sesos. Luego, al mejor estilo arácnido, los excretaba como alimento ya inútil. Se evidenciaba entonces que ella y las ventosas de los pulpos habían nacido del mismo infierno. Esto ocurría al poco tiempo de comenzada una relación con el total volumen del deseo, con las graníticas ansias de la pasión que ella, con drástico alejamiento cortaba. Ellos, infantes heridos y desorientados, se revolcaban en su dolor envainado en la rabia. Eso si, no mezcló nunca la crema erótica con el arte de la perversidad. Con prolijo esmero pudo satisfacer ambas consignas. Fue siempre la auténtica madre de su maldad y la flameó sobre su cinismo con distinción personal de constante derroche de ácido, acorde con la mugre que fue su vida. Como corolario póstumo, diré que gritó con devastadora iracundia el día que el orgasmo le dijo no en su vetusto reservorio, derrotado por décadas de mecánica acción.

La nena mentirosa o ensartada de varón
...y hemos llegado hasta acá. Vos todavía no sabés para qué son las lauchas: no tienen porvenir diurno ni aconsejan matear con gente de pelotas. Fue un grupo sublime que jugaras ayer con la amistad y los sentimientos y no tenés hoy ni siquiera el yeite de trampear corazones. Palique, mucho jarabe de pico y ningún garbanzo; mucha parodia y ninguna comprensión. Eso fue lo que me diste, y yo, tarado por tu amor, no me avivé que me cafishabas. Hoy se te acabó el conchabo nena, te rajo para que en la ruta de los mersas te pudras o te apioles. De vos dependen tus jornales de mañana y no esperés más que sobe mis ciegos sueños sobre tu maldad. Me usaste, me amasijaste la confianza y por eso sos una turra. Yo fui para vos nada más que el berretín de unos días y algunos mangos para chucherías soportando el fuego de tu egoísmo. No has vivido nunca la honestidad y ahora le tuviste miedo a la libertad pura, sin la mugre a la que estabas acostumbrada. Traté de que campanearas otro mundo, algo prolijo y sano, con transparentes verdades; pero de eso vos no sabés nada ni sentís nada y preferís que te monte un matungo milonguero con más lucas que yo. Por eso sos una mierda. Por eso me veo sucio a tu lado. Chau, y chamuyale a las lombrices los metejones futuros, turra.

La nena adulta o consejos de mina
Vení cafisho, bajá de la gorra y ponete la zabeca, que sino vas a parecer una lombriz con cara de culo sobre un par de zancos con ojos de miedo. Pero no creás, en tu chifladura, que yo estoy mejor: sabés bien que la mierda se la pusiste a mi dolor y los almuerzos quedaron en pedo de tanto pan cansado, de tantas ensaladas de gusanos. Vení chabón, no te rajés todavía monigote uniformado, haceme caso, comprate un melón nuevo pa poder joder mejor y no te olvidés, a las pulgas enseñales a remar y bien enfundado te subís al escote de una parda y le pechás de garrón que te sobe las pelotas. Sí, reíte nomás pelandrún, total ya me cagaste de lo lindo y me tiraste a la marchanta. Pero no cantés vitoria que esas changas son fuleras y sabés que en ningún conchavo duran mucho los rasposos. Vos no fichás como son estas cosas, ahora los Botones Dorados te van a pisotear la sopa y la vida te la van a garpar en la basura de los cuarteles, pegoteada a todos los gargajos de bronca, a los sudores con engaño de futuros lindos, para vos ya imposibles porque fuiste turro, porque sos roña. Vas a tener que yugarla y morfarte el hígado para no terminar fusilado junto con tu sol; para no reventar de asco que vos mismo te vas a dar y entonces quizás consigas el apoliyo de tus tripas. Vos sabés que lo más romático que hay en el mundo es el espolón en el ojo, por eso me dejaste virola y arrinconada al portón de las imposiciones. Esperá, no te vayás todavía haciéndote el fesa. El sueño de tus cacas fue sagrado ayer pero hoy las playas de mi afán están ardiendo de laburo y sobre la catrera de mis noches solitarias es donde me montan fuerzas para voltear a todos los farabutes con agua en las bolas como vos. Una vez puteaste a mis hijos pero ya no festejés esa ranada porque los maricones lo hacen todos los días fichando la carne de las minas. Ahora que estamos solos y ya mi corazón no te juna ni quiere más lola, es cuando comprendo a tu maldita serpiente, aquella de bigotes largos, incrustada en tu maldad, con gusto culo, que tantos latigazos me dio, y relojeo la bendita posibilidad de no mascar más el maíz que me escupías sobre el cuerpo engañado con el cuento de tu amor. Hoy, cuando los adoquines estrolan mis zapatos reventados de yugar, es que tu azotea me parece una bolsa de locos. Convencete, estás sonado. Por eso no sentís que basureas a las hembras ni te acordás de masticar honestidad cuando salís a la calle denigrando a las baldosas, cuando te topás con los semáforos siempre apagados de tu vergüenza. No sé para qué ni para quién hablo porque sé que ya te olvidaste de esa borra para mí sagrada, donde el tiempo depositó nuestro amor. Que fue allá, en ese pasado hermoso, donde nos trincamos sobre la prolijidad de los tréboles y las picaduras de los jejenes. Sé también que ya olvidaste que yo soy una persona, y ahora apiolada, y por eso me las pico, me tomo el raje violento de semejante sarnoso. Chau, y andá al médico, pequero de almas.

viernes, 22 de abril de 2011

TIERRAS MAYAS: ENSUEÑO Y ESPLENDOR

Publicado en MANUAL DE ESTÉTICA MAYA nobuko 2003

...Guatemala, tierra de indiana amabilidad.
El Petén, vértigo de verdes sucesivos, boscosos meandros sumergidos,
húmeda sofocación tropical,
paraíso de cantorales pájaros cómplices de esencias mayas.
Sofocado, me deslizo por la invocación del espíritu ancestral:
el misticismo, la plástica y la estética de los hombres de cráneo achatado...
¡Cuántas respuestas saturando ámbitos selváticos!
Mil quinientos años ha, el pensamiento mágico
y esos bosques ya moraban en aquellos cerebros privilegiados,
en los cuerpos bordados con tatuajes y sangre sacralizada,
en su mirar bizco, en sus dientes tallados,
en aquellos hijos del maíz y de las estrellas,
en los padres de la astronomía y la matemática americana.

Tikal, imponente presencia,
simbiosis de arquitectura sagrada y timbres de aves sopranos.
Templos sudorosos de botánica, estelas y altares, ceibas gigantes.
Religión, arte e intelecto: facetas de un mismo esplendor.
Tikal, tamizada luz de entes metafísicos,
cobijada en follaje compañero de nubes,
cofre de esmeraldas orgánicas, espesura con secretos milenarios...

Copán, centro y culto, recinto de astrónomos matemáticos,
de sabios creando su cosmogonía.
Arcaica realidad, apoteosis mística consagrada, política, ciencia y arte.
Aún se huele etérea por siglos impregnada en la foresta,
la humareda acre del copal...

Palenque, región del éxtasis, joya arquitectónica sublimada,
escenario magistral de lo estético.
Todavía sus divinas modulaciones, ambulan barrocos intimismos,
eurítmias y contrapuntos hermanados con Juan Sebastián.
...Palenque, danza solar de iridiscencias arquitectónicas,
de modelados perfumes rituales, danza, meandro poético...

Yucatán, territorio peninsular.
Hierático monolito inclinado, ascético de agua en tu norte
derrochador de lianas del Petén,
Eres un falo erecto perforando el Caribe.

Uxmal, hechicera de carismática faz, ámbito de geométrico barroco,
sacralidad obsesiva de Chac tu dios lluvia.
Surges por deseo alucinado de mentes complejas,
laboriosas y musicales que aroman Yucatán.

Chichén Itzá, esplendor de la sangre alimento de dioses.
Tu carnívoro cenote fue fauses insaciable de muerte sacrificial.
Tu campo de pelota aún alucina en el juego sagrado.
Así viviste: centro ceremonial convocante de hombres guerreros.
Fuiste el final del pensar mágico maya consustanciado con Natura...

Lentamente asciendo, despierto de la vigilia soñadora,
contemplo la hoja escrita de remembranzas acaecidas
y el fulgor recordado envuelve la luz crepuscular...
EXÉGESIS DE UN ADIOS

En memoria de Artemio Alisio

Todo empezó entre Artemio y Arte, cuando el don de natura fue besado.
Fue un flechazo ancestral de comunicación estética,
en la euritmia del decir plástico y su inmanencia.

Así transcurrió el connubio de Alisio y Arte.
Fueron tiempos de sombras terrenales y sublimaciones siderales.
Los estímulos sofocantes, los dolores graficados, sombras rasgadas,
trágicas plumarias y amanecidos fantasmas mayas.
Fueron recientes veinte años de luces espermáticas,
el contrapunto sincopado, seres mágicos de misterios raigales.
Fueron plenilunios conviviendo ostracismos,
soportando sadismos imbéciles y mediocres, egoísmos y tosquedades.

Sobre la armonía del Ser y su Estar de constancias apasionadas
viajaste tu salud plástica, encontrando la esencia de Amerindia;
puliste la estela del amor expresado y locuaz,
el ascenso ennublado y triste de líneas y cromatísmos.
Astas punzantes, teoremas texturales indómitos
resuenan con acordes de osadía,
encabritan la vigüela soñadora de tu inspirado lenguaje
llagado de coraje, de amores crepusculares.

Hoy, el dolor es tu ausencia, derramada en la gran tristeza,
fluyendo dolorosa la apología apasionada.
Hoy conmemoramos cada partícula fluvial de tus cenizas,
cada metáfora de tu decir polifacético,
cada sonoridad gestual de tus sístoles ya sin diástoles.
Ya no reverbera el esplendor de tus manos creadoras,
ni el respirar de tus pinceles,
no danzan ditirambos componiendo míticas corporeidades
ni esplendentes génesis continuas.

Pero quedarán en el nombre de tu plástica,
en memoria de tus días dolores plasmados,
ácidas rabias del taumaturgo iluminado en su decir creativo.
Porque no apagará tu luz haber abandonado el cuerpo:
lo poético pervive en la memoria de Arte,
en la comunidad melódica del cosmos germinado,
en su universalidad espiritual.

Así, restará tu Ser sublimado en la obra consumada,
conmoverá por siempre la contundencia de tu plástica
pues será insomne configurando su mística.

Buenos Aires febrero de 2006
AMERINDIA: ESPEJO Y METÁFORA

Publicado en ARTE CÓSMICO AMERINDIO
Edición Corregidor Buenos Aires 2000

Amerindia, espejo de heroicidad, metáfora de perseverancia,
compleja en su lógica, íntegra en su hacer.

Pienso que saber lo imposible jamás se detiene y que nunca obnubila lo sabido.
Para la vitalidad, lo inclaudicable del conocer,
la Belleza-Verdad como pasión por la Poesía del Ser sublimado.

Pisando el estigma de normas perversas, transmuto en voluntad un andar ético,
convivo lo amerindio –de milenarias gestaciones-- empecinado por no ceder al olvido
y continuar la aprehensión de su dimensión metafísica:
de aquella volición eternal que su megalítica expresó monumental,
de aquel estar en arcilla cocida, del sensible dibujo y la cromática pintura,
de la tensada textilería, del sol capturado en orfebrerías, reiterando intimismo.

¿El Enigma?, nosotros somos el enigma, no ellos que aún son en su obra,
porque entre ellos las ideas siempre fueron configurar formas.

Hoy, el depravado engaño es hábito instituido que rumia vilezas
que alimenta el hambre asesina y la trivialidad imbécil.
Hoy, debemos persistir en sus mitos ancestrales para percibir respuestas,
corporeidades estéticas de un misticismo custodio de su trascendencia poética
como espejo de la ética y metáfora de lo cósmico.

Configuración y Diseño: idiosincrasia amerindia.
Recolectar su cosecha desde el recóndito arcano se necesita para América,
desde ese recuerdo colosal: evitar crecer como golfos anodinos.

Magna era americana la antigua: milenios; fulgentes luces ontológicas,
mística salud ya olvidada donde los símbolos metafísicos plasmaban mitos;
donde ruinas mágicas, aún pletóricas de Fe,
son coherencias de Amerindia: Espejo y Metáfora.
Pues, la Amerindia de semiótica poética aún vive en sus funerarias virtudes.
Piedra, arcilla es Plástica-Culto-Arte, es Espejo-Metáfora.

Percibo, cuan indiferente está hoy la conciencia de aquellas raigales magnitudes.
Su espectral memoria secular es camino y reservorio.
Colosal verdad hoy olvidada, historia no meditada, aún plegada sobre sí.
Lo plástico: su herencia, es sombra difusa sublimada entre selvas y montañas.
Sagrada Edad-Luz aún no percibida.
Pero, emergiendo del fluir memorioso, asciende la plenitud de aquel latir vital.
Amerindia-América, es enigma para sus hijos:
es no Espejo, no Metáfora, no Memoria,
es sendero olvidado pues la mediocre vacuidad es indiferente a esa otredad.

Por necesidad y justicia que algunos debemos cumplir
he aquí el por qué de estas palabras transcurridas,
para memoria y exégesis de la expresión desocultada.
EN LA SELVA
Publicado en el poemario colectivo POESÍA MÁS POESÍA
Ediciones Del Alto Sol Buenos Aires 1970

……………………………………………………………………………………
y, cuando vamos a jugar al bosque el lobo va con nosotros
pues entre nosotros siempre hubo la tangencia de una sonrisa
y una muralla de incomprensión,
y así, mientras los párvulos veneran las bellezas de los lirios todos,
en ronda acarician la necesidad de devorarse,
y así, con displicente ráfagas de mórbidas balas escribimos sobre el pecho
de las tibias palomas las más cómicas historietas de paz,
porque estamos enredados a cualquier cosa
como algunos humanos sin amor,
porque cuando hay silencio se intuye siempre el sabor de la infamia,
porque al principio todos ríen,
después, aporreando días todos crecen entre el sonido de su sangre
y el hedor de sus actos,
así, planeamos continuamente cómo manejar el cuchillo en la yugular del vecino
y multiplicar los afanes por hacer morir y hacer morir y hacer morir,
y así, reemplazar al hombre por un pedazo de cucaracha amarga,
porque artos estamos de la vida que llevamos condimentada con miedo,
fomentando carniceros rencores famélicos entre hambre y mártires,
entre mentiras y un sol en pastillas, entre mentiras y balas,
reptando sobre mares escarlatas los descarnados huesos
de una especie que nació para ser humana y muere sin serlo,
todos los días, siguiendo esa estrecha callejuela que es la sangre
circulando unos años,
deshilachando más y más el sostén del valor,
porque ser insecto ya cuesta poco y, un día equis,
se llega a poseer el propio chiquero
y así, entre sonoridades varias, entre idílicas perversiones,
entre empíricas ruindades
se expresa una sociedad de excreciones y consumo
y así, felices triunfamos.

Las últimas lágrimas han caído sobre el polvo,
los úteros escupen efímeras desgracias gelatinosas
y, de entre esos restos, cada rufián escoge un hijo,
porque los criminales no silban únicamente los amaestran
para administrar este rincón del universo.