domingo, 28 de agosto de 2011

EL ÁCIDO DE LA IRA nobuko Buenos Aires 2003

Nuestros días tristes
Mirad los lirios del campo cómo crecen,
no se fatigan ni hilan.
Mateo, Vl, 28, 29.

Percanta que me amuraste desde el día que nací,
aquí va, en las cuerdas de mi chamuyo, un cacho de corazón
y desde el escavio del ácido que me tiene curda
te doy mi laburo, y para tu desamparo mi metejón.

Gracias a los pechazos y consejos de un punto que se cree muy piola y que vive en el norte, que le ha gustado siempre ser gallo en gallinero ajeno y tiene cientos de fieles cipayos por estos pagos, también aquí, en mi ciudad querida, valés por los mangos.
No importa que seas santo o cafisho, boludo o sabio,
sólo se cotizan las lucas que cacheteas. Tenemos además,
como fuente de riqueza nacional, gran variedad de ideas "salvadoras" en el mate de algunos perdularios. Casi todas son boletos y matufias que pregonan las más bacanas intenciones que, según dicen, son la piedra filosofal para el "ordenamiento" de esta murga. Nunca han resultado un carajo, únicamente convirtieron a nuestra ciudad en un esmerado cangrejal del despelote.
Hay sobones, ya lo dije, partidarios del Tío que vive en el norte; hay futuristas partidarios de morfar rojo hasta en la sopa; hay camisas negras propagandistas de los colores nacionales que lucen algunos cuadros de fútbol y, por qué no decirlo, también hay partidarios de varios clubes de pesca, desesperados por enganchar el anzuelo en la carne achacada de nuestra Reina del Plata y no soltarlo más.
Sin embargo, cuando se necesitan voluntarios para servirla, ordenarla y ayudarla a crecer todos están esgunfiados, se hacen los fesas o tienen otra mina que apuntarse.
Los pocos colaboradores que han aparecido muy de tanto en tanto, tuvieron que morder el garrote de la mafia o retirarse a la zona de su fracaso.
Es una madre con hijos desarraigados que la enroñan y la usan para enyantar sus bolsillos. Es la vieja querida que hace rato desangran, la amiga con una gran alacena repleta y que sus nenes tiran a la marchanta. La que necesita transfusiones de Amor y un corajudo médico de cabecera que cure su parálisis. La desgraciada produce doctores mediocres que no la atienden y cuando alguno decide recetar, le cuesta tantos dolores de cabeza a la pobre, que resulta peor el remedio que la enfermedad. Por supuesto, así se achaca cada vez más.
A nuestra ciudad le sucede lo que a las cutículas, cuando se las empuja para atrás y se las amasija producen pellejos rebeldes, muy dolorosos y sangrantes.
¿Por qué se arruga el espejo? Muy sencillo, para no deschavar nuestra trucha y la vergüenza que apolilla en nuestra panza reventona. Es por ser tan desagradecidos que esquivamos mirarnos.
Algunos que la queremos bien estamos cansados de tanto palear laburo que no le llega, de tanto oír al cuete el himno calvo que te han dejado después de tanto afano colectivo. Estamos cansados de herniar las esperanzas sacudiendo los tamangos en tus rúas enchastradas, porque ni te lavan siquiera.
¿Cuándo nacerán los toros que remen contra la corriente cipaya y saboteadora?
¿Cuándo lastraremos tu inmensa riqueza sin gusto a podrido en la boca?
¿Cuándo respiraremos la honradez, la solidaridad y la inteligencia de tus hijos? ¿Cuándo creparán la mufa y el desinterés? Mi desaires querido, eso será cuando tus malevos cambien de Sol; cuando nos reunamos hermanados en la salud del amor por ti y podamos colocar los colores de tu bandera en la cima para que se confunda con el cielo, no como ahora, enmerdada con nuestra mishiadura de alma, con nuestra denigración desaforada!
Reina querida, todavía te quedan algunos. A pesar de aquellos que prefieren bellas mentiras a feas verdades, algunos queremos mancomunadamente, producir un nuevo día para que renazca tu esplendor.

Pobre mi Matria querida
No siempre cortaban las piernas y brazos de los bebés, algunas veces también lo hacían con la cabeza o el cuerpo. Circuncidaban hasta sus alientos lactosos dejando en exhibición en los cabarés sólo la huella de sus lágrimas. Pero el verdadero problema venía después, cuando los trolebuses se detenían por falta de corriente y al total de las fabriqueras las despedían sin violarlas, como era una antigua costumbre patronal, y cuántos dijustos le daba la ciudad, verdadero panteón de diversiones. Algunos parodiaban su vida con fruición acéfala, otros, con calcetines de sueños. La mezcla de gomina y mortadela se realizó con el mayor cuidado: las computadoras recién compradas a los matarifes norteños enriqueció a muchos piolas mal nacidos en las cloacas comunales, sincronizando la operación para que las mujeres montaran sus ancas sobre bidés automáticos manos lavadoras y casi todas se desmayaron de placer al ver a los murciélagos reflejados en la cortina del matadero barrial, del frigorífico capitalino, y cuantas veces en su vida no todos estuvieron locos, esa era una ilusoria imagen de los monos.
Las mujeres fueron parciales e intransigentes después que las fusilaron por generaciones incrustadas a falos consuetudinarios y campos sin arar. No hubo ni almohadones ni biombos para acomodar o disimular tanta perfidia, eructando la ciudad su edad de oro. Ahora, es un organizado antro de tiroteos de Paz empolvado y perverso, de luminosa frescura a caballeriza cuando las fieras forman clubes de botas y clarines y las bayonetas penetran en el bofe de los borregos abúlicos.
¿Por qué los secretos eran tan populares y los pregones casi desconocidos? El gobierno explicó por decreto, de esos que explican caso todo sin decir nada, que se debía “a que las linternas tenían las pilas sulfatadas y que las cabelleras rubias tienen más poder que el almanaque.”
Siempre fue así, a los niños los amamantaron los presos y a las hembras las obligaron a consignas retrógradas y coitos obligatorios y llorando lo más sentidas nunca les faltó libertad. Los negros zarandearon sus ídolos y los blancos sus prejuicios, los topos y cucarachas se salvaron de la invasión moralista cuando el cretino mejor comido se ejercitó en la dirección de la fábrica de corrupciones. Entonces múltiples perdularios vomitaron su desfachatez cuando en los reportajes pretendían explicar lo inexplicable que hacía agua por los agujeros del colador de mentiras. También hubo los que marcaron el paso sobre inciensos apetitosos como caldos de pus y la ilusión de las tortolitas estuvo en la cúspide de la pirámide de fracasos porque los criminales no silban, únicamente los amaestran para descalabrar países. Fue el apoteosis.
(Es bien sabido que en el territorio que poblamos la deshonestidad de la política es algo jamás avasallado porque siempre se la practicó de frente al pueblo.)
Tres generaciones sonrieron complacidas del asco y por fin en un rincón la encontraron.

Mi desaires querido
En los cotidianos zarpazos a las madres cautivas silenciados por gritos y represiones organizadas, por pilchas vacías, por la respiración gangosa de serpientes sindicales, fueron las infancias que convivimos en la ciudad de los primorosos crímenes.
Se continuaba la tradición de los pasados pordioseros augustamente glorificados e hilvanábamos palabras de amor baboso para conquistar a las nenas durante su primera comunión con la vergüenza. Estábamos perdidos en la selva ciudadana. Tropezábamos con nuestras amplias cobardías cada vez que respirábamos, cada vez que se sumaba el sueldo de la agonía y, cuando no te vuelva a ver pegaremos el chicle en los ácidos de la rabia.
La mayoría calentaba el sexo en el mechero de las fantasías. Eso ocurrió porque la policía impedía largarse de los toboganes permitiendo sólo las correctas enaguas que dejaran traslucir vellosidades. Para algunos fue un verdadero paraíso. Se encubaron analfabetos para exportar y esa sangre desletrada fue útil lavando calles. Dejó su costra de ansiedad y el esfuerzo posterior fue inútil en las aulas pues a la televisión asistían decrépitos empolvados con lástima y las nenitas practicantes del oficio. Era Amor de bebés cortejados por corazones muertos comiendo las cáscaras y tirando las esencias y, habrá pena y olvido pero ni los gatos, productos activos de las carnicerías, pudieron solucionar el hambre porque desde que se expandieron los mares, la abundancia de tiburones confabuló la derrota de los ciegos.
Adoramos a los mártires y fabricamos su cruz pues nuestra mayor felicidad estaba representada por los alienados que invadieron los seminarios para regocijo exclusivo de los déspotas. En los primeros años ni las viejas buscaron chismes, pero a medida que los coliflores engordaron, toda el agua jabonosamente negra de los lavaderos llenó las copas de nuestro menú, aséptico regalo de los dioses que los colchones fueran de sueños porque sin esa victoria el ridículo nos hubiera tragado. Salimos en los diarios y sin que nadie lo previera las acciones de la sangre cotizaron en baja, hasta el último estante de la ferretería, y nadie más las compró. Herrumbradamente hermosas un día las envolvieron y las devolvieron a la tierra para engordar microbios verdes.
“Si las máscaras hubieran reído, el carnaval de los cangrejos quedaba consagrado; si los cangrejos se hubieran puesto las galeras, el carnaval caminaría en diagonal; si las galeras caminaran en diagonal no estarían, como es lógico, en la cabeza de los cangrejos; pero, si el carnaval, las galeras y los cangrejos fueran carne, uña y pelo, todos reventaríamos por eso”.
Después de tales conjeturas de transparentes perspectivas, el gobierno renunció a los negociados de gomina adulterada y en su huída sólo llegó hasta la esquina: un bache se lo tragó. Entonces, todos los que teníamos días e hijos lejos, quedamos encerrados en el edificio de Soledad Amartillada.
Surcando arrugas con sensación a cucarachas amargas, la lamentable especie de negras beldades calcinó a sus contemporáneos. No fue una noche atrayente para las niñas del picadero ni para los solteros de Ternura, pero pudo serlo en profundidad para los déspotas. Estudiando a los bomberos cometieron el error de sacar conclusiones prematuras y en la ciudad liberada, (sin ningún water closs clausurado todavía), realizaron la más grande explotación de incendios que congelara la ciudad de mis amores, mis excreciones y mis corbatas. Cargaron canallescas ansias sobre los hombros proletarios y llevaron ilusiones a los inodoros. Recolectaron lauchas por toneladas y nadie supo nunca quién fue el deshollinador de las vaginas que, por un tiempo, habían sido las que remolcaron el carro de la decencia.
¿Quién fue el proxeneta que columpió a las nenas calientes? ¿Quién fue el conde que bufó al olvido?
Las rubias se esparcieron por las canchas de la inmortalidad y sus licenciosos labios carmesí escribieron en las frentes de las bolas de billar las más cómicas historietas.
Fue un cúmulo de sensaciones adversas y amorfas; un tembladeral de ética clausurada, montando el hilo delgadísimo de un rebaño sin espíritu, sin líderes genésicos encendiendo Luces.

Avidez de ira en la sagrada región de mi tierra

Parecería un principio político
que lo que no puede ser remediado
debe ser oscurecido.
Bergen Evans
Historia Natural del Disparate

Mascando barro y lágrimas, alternando con aromáticas carcajadas, revolvía los papeles del basural. Ahora que se había convertido en vagabundo de Ciudad, cualquier fueguito haría explotar las balas guardadas en el aparador. Se sentía dueño de fantasías fabulosas que camuflaba con gran arte para no pagar réditos como buen ciudadano. Era correcto con Ciudad, por eso sucumbió a la rapiña de los empedernidos almaceneros que gobernaban, impedido, como una amplia mayoría, de enderezar el espinazo por sobre el nivel de su cobardía, y todos los maricones envueltos en tules-decretos estornudaron consignas y deberes para perdularios enmohecidos en las vertientes caudalosas de la aldea del río bueno, del aire húmedo, del mausoleo bueno.
En las guitarras del lamento pampeano de este margen fluvial brotó la comezón del miedo y salimos sigilosos de las celdas del pensar para no enfurecer las botas del Botón Dorado, que se hamacaba en la cúspide de su estupidez, refrendado por decretos de asco y cárceles instaladas de acuerdo con los últimos adelantos del confort, para bien ayudar al rebaño a escupir dentro de saliveras de tanques amigos de pobres que ni los matamoscas más eficaces lograban espantar de las hembras cimbreantes que ellos, los de casta con pistolera, exhibían como trajes nuevos. Entonces sobrevino algo inesperado, peor que el odio y fue el ácido de la ira convertido en la penumbra de la verdad y dejar una rendija de transparencia oxigenada.
Ocurrió que los bucles de la noche absorbieron los derechos y los transformaron en drásticos deberes que debían rendir pleitesía a clarines bastardos, rompiendo las puertas de partos libres que encarcelaron óvulos y masturbaron espermatozoides. Las frívolas rubiecitas como las cálidas morenas se echaron a llorar futuros cuando los tambores drogaban sus células, embrujándolas, y manoseaban sus iris virginales con vicios acumulados y siglos de sometimiento. Todo se desarrolló normalmente menos el bostezo, por eso cabalgamos vigilias de insomnios en la bosta colectiva de inercia sincronizada.
Los despertadores campanillaron, los bueyes comenzaron su trabajo arrastrando los arados de la demagogia y la soberbia de los paranoicos, para alegría de tanto Odio productor de cierta iluminación clerical, de hediondez sagrada. Así sea, amén.
Pero no siempre en Ciudad de mis pañales, de mis granos, de mis canciones las canas fueron individuales, también hubo de insatisfacción colectiva, pues era la única realidad: a menudo nadie se sentía conforme porque no había nada de que sentirse conforme y esto contribuyó a distinguirnos de los contemporáneos extraterrestres al repartir bebés en las jaulas zoológicas, y las fiebres coimeras eran envueltas en polietileno para exportar a prostíbulos extranjeros como medida preventiva de la conservación de la raza, el peculado y el aumento masivo del calcinado existir, del siniestrado ansia de vivir, para regocijo de los dentudos Galerudos feudales que hasta hoy juegan al fútbol con las estrofas del Himno Nacional y usan la Constitución como papel para inodoros, con la pampa cautiva por alambradas y leguas sin arar, porque sí, porque a los panzudos Botones Dorados se les antojaba esa exquisita ruindad.
Y nadie se atrevía a herirse las manos.
Cariñosamente, con esmerada delicadeza y precaución, se fueron ajustando los detalles finales de la barbarie nacional: le echaron maníes a la Universidad y libros a los monos para conquistar la mordedura rabiosa de los Botones Dorados, monarcas de las barracas estatales. Las marmotas y los almuerzos siguieron la ruta de Pan Agusanado, de Sopa de Aire cuando subimos la cuesta de la corrupción condecorada, de la hambruna de tenedor sin dientes y curda de Inanición. Y quedó la resaca, temblando como lágrima colgada del párpado de Vida, la sobrealimentada acidez de ira, gorda, gordinflona, aún más que el volumen de Tierra.

Cóctel de ira y amor
Con la desdentada boca abierta como un abrazo, perlada de fosforescencias fatuas, con gesto enorme cual si fuera el amante beso de un pantano que bosteza su tristeza entre micromundos y caimanes, Ciudad se lo tragó. Sonidos luminosos con gusto a pólvora, con Amor y Crimen, con tibiezas de lactante recién mojadito, se oía su desasosegado estómago de cemento de cortesana aburrida. Era el martirio de cadenas que parían flores alquitranadas por el cansancio de Esperanza, por pirámides apuntando hacia abajo y volcanes que no tronaban. Ustedes saben, la sustancia que nace del pelo del viento es abrumadoramente empalagosa sobre todo por la pérgola que ostenta. Saben que el martirio, sin ninguna duda cual si fuera de color riqueza está sujeto al mástil de Días, o Paraíso de Dolor. Por eso se deja manosear pero no se entrega, convierte lo auténtico en violación de núbiles cariñosas con miradas expectantes.
¿Por qué salud navegan las luchas? Silencio, silencio general, sólo el estruendo del majestuoso conglomerado Fracaso. Nadie contesta ni sabe resucitar los trozos de león que veraneaba el cuerno noreste de Luna con la espina incrustada en Angustia.
Durante noches y noches ellos no hacían nada que pareciera dormir, flotaban huesos rotos y riñones calientes que martillaban el cerebro en somnolencia agotadora.
Pero una mañana equis, con el derrumbamiento montado sobre los párpados celosía sintieron a Ciudad más que nunca, a ella, la que parecía imposible de acariciar. La amaban y reconocerlo era dolorosamente honesto. Caminando muy rápido en sincronizada fuga, al pasar por una esquina de los respectivos dolores alquilaron una alcancía y depositaron sus románticos sueños en aceite de oliva.
Estaban agotados, como sonámbulos sentían que se habían quedado desnudos,
sin combustible ni Aliento. En el paroxismo de Angustia sintieron los cuchillos maniobrando sus Espíritus y la inmensa risa que aflojaba sus vejigas los atrincheraba en las nervaduras de sus rabias, con futuros salvajes todavía desarticulados, con presentes envenenados, con pasados cenicientos aún calcinantes, un poco más fuertes en Autoestima y Respeto pero todavía algo gelatina. Observaron los míseros repartos de roles y saliva bendita que Ciudad ofrecía, bebieron el licor que quizás no volvieran a tomar junto Amor, su utopía sin nombre.
Y allí estaban las amables tortolitas, buscando en recipientes de afecto la salud de Sangre, el amanecer de Noche y el consuelo para niños abandonados, para no cortar nunca más gargantas de nenas y manosear sus cositas hasta disolver los pudores que tantos esfuerzos requieren. “El que ama mucho el dinero no vale para sí mismo, reflexionaron algunos”.
Recordaban, (olvidar sería mortal) aquellos criminales días de Botones Dorados voluminosamente rojos, cuando exhibían sus hembras como ropa nueva desde el escaparate de sus bellaquerías, y era sólo Odio proletario el componente del aire.
Por ello, en el juncal de las perlas, encontraron la Amargura amarrada con el Amor escribiendo sobre el Coraje, y fundaron la Estirpe Sagrada que fecundaría el Sentir Empecinado, y cuantos placeres les dio gozando lo más sentida.

“Bueno, al fin y al cabo, ésta es la época de los tejidos disponibles.
Todos utilizan el borde de la chaqueta de los demás.
¿Cómo puedes aplaudir al equipo local cuando ni siquiera
tienen un programa ni conoces los nombres?”
A propósito, ¿de qué color eran sus camisas cuando salieron al campo?”
Ray Bradbury Fahrenheit 451

Pero... todavía faltaba probar el mate amargo de los Galerudos corruptos, avanzando a paso redoblado con la traición empedernida y el concienzudo remate de la soberanía. Pero ese es otro cuento... quizás, algún día lo relate.

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